Que ni el Presidente ni la exmandataria hayan emitido palabra por la muerte de Jorge Lanata expone el desprecio por el trabajo periodístico que hay a ambos lados de la grieta.
Los periodistas se hacen muchos enemigos cuando trabajan, en particular entre los dirigentes políticos. Eso es bastante normal, sucede en todas partes del mundo y deben estar preparados para bancarse las consecuencias. Pero hay políticos que no solo identifican a ciertos periodistas como enemigos, sino que son enemigos del periodismo. Es algo muy distinto, que queda en evidencia cuando no simplemente reaccionan mal a una determinada investigación, información o análisis porque los perjudica, sino que combaten los comportamientos que hacen al rol mismo del periodismo.
Sacar a la luz esta sustancial diferencia a Jorge Lanata se le daba muy bien. Era una de las cosas que mejor hacía, porque su trabajo lo llevaba espontáneamente a chocar con ese tipo de personajes y actitudes, y ponerlos en evidencia: una consecuencia natural de su costumbre de preguntar incisivamente, insistir en los temas más incómodos para el poder, no casarse con ningún proyecto político ni seguirle la corriente a ningún gobernante, mucho menos cuando les iba bien y querían tener razón en todo.
Y es revelador al respecto que incluso hoy siga siendo capaz, sin abrir la boca, de plantear interrogantes incómodos a ese tipo de dirigentes. Es que, como él sabía perfectamente, cuando la discusión se ha enmarcado correctamente, la pregunta se hace sola, cae de maduro: ¿Por qué ni Cristina Kirchner ni Javier Milei han sido capaces de emitir palabra ante su muerte? ¿Por qué una tan palmaria y hasta inhumana incapacidad de reconocer a quien pudo haberlos cuestionado duramente, pudo haberlos incomodado muchas veces, pero que destacó tan indiscutiblemente en su rol?
¿Qué es lo que ambos son incapaces de reconocer cuando pretenden ignorar, para que caiga en el olvido, la enorme figura pública que fue Lanata, su rol tan gravitante en el debate público y en la vida democrática del país que los ha elegido para que ejerzan el poder? ¿Qué es lo que creen que van a perder si le brindaran postreramente el reconocimiento que no fueron capaces de otorgarle en vida?
No alcanza con decir que ambos políticos lo sufrieron y le guardan un más o menos justificado rencor. Que no quieran contestar la última pregunta que Lanata les está haciendo es revelador de un problema mucho más serio. Y mucho más alarmante sobre lo que nos espera: que a ambos lados de la competencia polarizada que, por mutua conveniencia de esos polos, nos quieren forzar a dirimir, el desprecio por el trabajo periodístico sea tan patente, llegue a tales niveles de desapego e insensibilidad, no augura nada bueno para la vida pública de nuestro país.
Lanata inventó, entre muchas otras cosas, la expresión “grieta”, para denunciar las dificultades crecientes que se presentaban para una conversación mínimamente razonable sobre los problemas comunes. Su desaparición está enmarcada en un descenso de varios escalones más hacia el imperio de la intolerancia, la ceguera ideológica y la estupidez. No hay mucho que festejar en ese sentido en el país que lo ve partir.
Por Marcos Novaro