Milei y el poder: un año de liderazgo implacable. Por Jesica Bossi

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    Sin estructura política propia, consiguió reformas estructurales. Cosechó más Decretos de Necesidad y Urgencia que leyes aprobadas por el Congreso. Desde que asumió, despidió a 99 funcionarios. La acción política como garantía de futuro, su gran diferencia con la “derecha cobarde”.

    Formado casi exclusivamente en lecturas de economía, el Presidente se concibe a sí mismo como un “decision maker”. Se apoya en la teoría de los árboles decisorios, una modalidad que abre cursos de acción y resultados posibles, permitiendo proyectar costos y beneficios ante cada escenario. Escucha consejos, calcula y elige, lo que indica que sus definiciones no son producto del arrebato, más allá de su personalidad volcánica.

    La naturalidad con la que los hermanos Milei se adaptaron al mando del país sorprendió desde el momento de la transición. Karina Milei fue clave en la conversación con Juan Manuel Olmos, emisario de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en plena crisis interna del peronismo. Ella pidió condiciones (que Sergio Massa confirmara que seguía al frente del Ministerio de Economía cuando amagaba con irse y desestabilizar más la economía) y garantizó la contraparte (que su hermano se trasladara a Olivos para hacerse una foto con el entonces presidente, en un gesto de previsibilidad). “Karina cumple”, resume un dirigente del peronismo al tanto de esas horas dramáticas.

    El Presidente expuso a propios y ajenos la dinámica del poder con la figura del “triángulo de hierro”, un esquema que le queda cómodo, sobre todo para desentenderse de asuntos que le atraen poco o nada.

    Los vértices no ostentan el mismo valor. Milei está por encima, claramente, no todas sus posiciones son compartidas de manera unánime, pero tiene la palabra final. Karina le sigue, y es su complemento: difícilmente se los pueda concebir por separado. Ella representa la confianza y la autoridad, su sola presencia en la Casa Rosada pone en guardia al resto del gabinete, nadie a quien le baje el pulgar tiene sobrevida. Santiago Caputo oficia de ejecutor, razón por la cual será invariablemente el pararrayos del Presidente, el blanco de las críticas. Por fuera de ese dispositivo, a priori, todos son fusibles.

    Es otro dato disruptivo en la concepción política presidencial, que las dos personas más relevantes ocupan puestos de jerarquía menor: secretaria general de la Presidencia y asesor contratado.

    La base de sustentación de Milei es la legitimidad social. Después de un año de ajuste brutal, mantiene o mejora niveles de aprobación en la opinión pública, según los distintos sondeos. Es el típico líder carismático, hábil en captar la bronca en la sociedad y dirigirla hacia el enemigo elegido, coinciden puertas adentro del Gobierno.

    “Dice lo que piensa, no tiene matices. No se calla algo porque puede ser mal visto”, argumentan. Hace un culto de su desinterés por las formas y se aprecia cierto goce al mostrarse implacable. Su inclinación a “no negociar ideas” (en este caso, el equilibrio fiscal) lo llevó a tensar al máximo la cuerda para sostener dos vetos antipáticos en el Congreso: aumento a jubilados y mayor financiamiento a universidades. Consiguió un tercio de los votos gracias al PRO, el partido al que se dispone a destruir en la próxima elección legislativa: por deglución o por competencia.

    Después del “tabula rasa” inicial, ahora está lanzado al más duro escarmiento contra los que califica de “traidores” o no acompañan sin fisuras.

    Algunos parámetros que muestran su estilo:

    “Guillotina”: 99 funcionarios fueron desplazados o renunciaron desde que asumió. Eso representa casi 2 echados por semana, un ritmo sin precedentes. Entre los descabezados están los principales rangos: Jefe de Gabinete, Canciller, ministros de Salud e Infraestructura, titular de ARCA, titular de la Secretaría de Inteligencia, director de Anses. Los ministerios con más caídos son: Economía (28%), Capital Humano (27%), JGM (13%), Salud (9%), Relaciones Exteriores (5%), según datos del politólogo Pablo Salinas.

    Decretos de Necesidad y Urgencia: si bien son una herramienta constitucional, hay limitaciones para su uso, y la potestad de legislar corresponde al Congreso, no al Poder Ejecutivo. Milei firmó 49 DNU, lo que da 0,13 por día. Ocupa el cuarto lugar, en una tabla que contempla, en orden descendente, a Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner, los tres atravesaron períodos de crisis. El decreto 70/2023 fue fundacional para los libertarios, ya que derogó normas previstas en leyes para desregular la economía. A pesar de los planteos de inconstitucionalidad, sigue vigente.

    Leyes: el Gobierno cosechó más decretos que leyes, al lograr la aprobación de 44 iniciativas. Es cierto que la cantidad es baja si se compara con la mayoría de los gobiernos desde 1983 (cuando se duplicaba o triplicaba esa cifra por año); pero es mayor al pobre desempeño de la gestión del Frente de Todos, cuando el peronismo tenía mayoría, aunque no la plasmaba en parte producto de su interna. En 2022, Fernández obtuvo 39 leyes y, en 2023, 32, ambas por debajo de Milei.

    También es para subrayar que entre las propuestas en el Congreso se sancionó la “Ley Bases”, para algunos dentro del Gobierno es el principal hito de gestión. ¿Por qué? Porque concertó la idea de que esta administración vino a “cambiar las reglas”. La noción del “desarme del Estado”, asociado más popularmente a la motosierra, es distintivo de La Libertad Avanza.

    Es cierto que en el contrato electoral domar la inflación era la principal demanda, pero casi era una condición sine qua non para tener éxito en el primer año. La estabilización de la macro es el gran objetivo cumplido, aunque, si se mira por encima de eso, el rasgo característico más potente es la conducción política del proceso. Algo curioso para quien, justamente, hizo bandera de su desprecio por la política.

    Durante décadas el peronismo fue percibido como el “Partido del Poder” en la Argentina, vertical en el mando, de disciplina probada y doctrina adaptada a la circunstancia. Cuando era derrotado, automáticamente se ponía a trabajar para el retorno, con la épica de la resistencia o la persecución.

    Una máquina que parecía imbatible, no por los resultados, sino por ofrecer tomar el timón hacia algún lado. El desgobierno de Alberto Fernández y CFK le provocó un gran daño a ese imaginario, cuando la única guerra que se libraba a diario era para dirimir quién tenía y para qué usaba la lapicera.

    En espejo, Milei se propuso una construcción de poder concebida en tres vías: acción de gestión, acción política y “batalla cultural”. Para eso, dejó a un costado aquella máxima que sostiene que los liberales no son manada, acuñada por su prócer, Alberto Benegas Lynch (h), y fue incluso bastante más lejos al citar a Lenin cuando presentó su “decálogo”, una especie de versión libertaria de las 20 verdades peronistas.

     “Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”, fue la frase que consignó Milei del líder bolchevique, repetida en varias oportunidades, y presente en los escritos “¿Qué hacer?” (1901). Es bastante obvio que no se ha vuelto de izquierda, sino que ve la fortaleza de su polo opuesto, en términos organización y producción intelectual.

    Los mileístas consideran un error de los liberales clásicos haberse sólo enfocado en la economía y, más aún, haber asumido la predicción del Fin de la Historia, autoría de Francis Fukuyama, en 1992, que en los fines prácticos generó, en su mirada, un relajamiento de la derecha frente al avance paulatino del progresismo y la izquierda.

    “Hay que hacer política y acumular poder. No somos la ‘derechita cobarde’”, describe un funcionario, en referencia a figuras como Mauricio Macri, Mariano Rajoy, Luis Lacalle Pou, entre otros.

    Los profetas de la “batalla cultural” se verán en la cancha el año que viene, en la campaña electoral. El verdadero rival será el kirchnerismo, con el plan ideal de Cristina compitiendo en la provincia de Buenos Aires, y la extinción del centro.

    Milei quiere soldados en la boleta, y que nadie se aparte de sus principios. Se acabó la etapa de los librepensadores o los cuentapropistas. La excitación que genera en La Libertad Avanza este presente de respaldo en la calle, alimenta expectativas desmedidas (o no, se verá) sobre el futuro y lo que ya denominan el legado histórico, con una reforma constitucional como broche de oro. No es lo suyo la cautela, pero vale recordar a Maquiavelo, en El Príncipe: “La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerlos de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos”.

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