Con el Superclásico ha nacido “el Día del Gol Fantasma”. Por Cherquis Bialo

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    Una indeterminada cantidad de millones de personas que vieron el partido entre River y Boca disputado en el estadio Kempes de Córdoba no podrían afirmar en calidad de testigos, frente a ninguna corte, que la anulación del gol en contra de Cristian Lema se corresponde con lo justo.

    Después del episodio que culminó con la anulación del gol en contra de Cristian Lema, el fútbol argentino ha incorporado una nueva efeméride a su rico calendario. De tal manera que al “Día del Futbolista”, al “Día del Arquero”, a los onomásticos de las Copas Mundiales, se le agregará desde ahora “el Día del Gol Fantasma”.

    A partir de que todos los 21 de abril el fútbol celebrará tal fecha, habrá que explicarles a las generaciones futuras las razones por las cuales esta curiosa conmemoración se incorpora a los ilustres apellidos de Amadeo Carrizo, arquero, o Ernesto Grillo y Diego Maradona, futbolistas y autores de goles célebres. Y es porque una indeterminada cantidad de millones de personas que vieron el partido entre River y Boca disputado en el estadio Kempes de Córdoba no podrían afirmar en calidad de testigos, frente a ninguna corte, que lo que se sancionó se corresponde con lo justo. En una primera instancia, los relatores gritan el gol, la cámara muestra cómo el balón traspasa la línea, se advierten los característicos gestos de conquistadores y conquistados y todo se corresponde con lo que se está viendo objetivamente en la pantalla. Es más blanca la dentadura de Borja y es más abrumadora la contrariedad de Romero. Sin embargo, se produce un nudo entre lo que se vio, lo que se cree que se vio y aquello que se interpretará sobre lo que se vio. Alguien le advierte al árbitro que lo que se vio pudo no ser cierto (obviamente, el VAR a cargo de Jorge Baliño, con la colaboración de Gastón Suárez). Faltaba la interpretación entre cualquiera de las dos ópticas, algo así como un mediador interpretativo que vendría a decirnos unos minutos después lo que realmente los hinchas de Boca vieron, los hinchas de River no vieron y los que no somos hinchas ni de Boca ni de River sospechábamos: que el gol no era gol.

    Esto contradice, además, la explícita orden del Director Nacional de Arbitraje, Federico Beligoy, quien ha reiterado en distintas expresiones a la prensa que el VAR sólo puede rectificar al árbitro aquella sanción fehaciente, que no deje dudas, que constituya una contradicción con la justicia del juego. Por cierto, y lo que más se ha remarcado en las últimas horas, es la inexistencia del DAG, Detector Automático de goles, una herramienta tecnológica que dispone el árbitro en su propio reloj, que le indica a éste con una vibración cuando el balón ha ingresado en su totalidad. Por el contrario, si su reloj, frente a la duda, no vibrara, al árbitro no le quedará ninguna duda de que debe continuar el juego. Yael Falcón Pérez y el arbitraje argentino no disponen de esa herramienta, por lo tanto, cambiar una decisión genera las dudas sobre la precisión de la sanción dispuesta. El árbitro en el campo y su asistente Juan Pablo Belatti -hombre de enorme experiencia internacional- dieron gol, cómo se explicaría que unas cámaras cuya ubicación no dan fehacenticidad del recorrido del balón en su total circunsferencia, respondan a una sanción bajo el imperio de la justicia.

    Daría la impresión, a juzgar por lo visto muchas veces, y de acuerdo al ángulo de las cámaras disponibles, que el balón recorrió su circunsferencia tras la línea de gol. Pero cómo discutir estas cuestiones que no deberían dejar dudas por la sola apreciación personal del que ve y es un mero espectador o, como en este caso, un módico columnista.

    Los antecedentes históricos de este tipo de jugadas tienen sus mejores ejemplos en el tanto que definió la final del Mundial del 66 entre Inglaterra y Alemania, o el grito que no le convalidaron a Frank Lampard en el choque de octavos de final entre los mismos contendientes, y derivaron en el DAG. Aquellos ofrecían alguna mínima duda. Y terminaron en escándalos institucionales, protestas, quejas, demandas y cambio de la tecnología. Éste, en cambio, no despertó siquiera la protesta bajo emoción de los actores en el campo; nadie reclamó, todos se quedaron esperando una sorprendente orden del VAR, que determinó algo que nunca sabremos. Tampoco quien dijo que la pelota no había ingresado en toda su circunsferencia y anuló el gol.

    Cada vez le resulta más fatigoso al espectador de fútbol el cúmulo de protestas, algunas airadas, otras agresivas, y unas en menor cantidad descalificadoras, sobre cuestiones indiscutibles a la vista de culquiera. Los jugadores piden laterales, foules, penales, tarjetas y expulsiones. Cada vez que se detiene el balón por un silbatazo del árbitro, hay protestones. ¿Cómo es que después de una jugada tan importante en un partido tan significativo, nadie rodeó al árbitro ni lo acompañó hasta la pantalla del VAR? Una sola interpretación: había acuerdo para entender que lo sancionado se correspondía con la realidad.

    Desde este momento, se inscribe en la historia del fútbol argentino un nuevo hito. Una multitud festejó un gol que había sido y otra multitud se alivió con un gol que creyó que no había sido. Ha nacido “el Día del Gol Fantasma”.

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