El daño que Cristina Kirchner le hace a la campaña de Sergio Massa. Por Marcos Novaro

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    El ministro/candidato se alinea con el kirchnerismo duro y celebra hasta sus políticas más objetadas. La Vicepresidenta le retribuye con elogios, pero igual complica su tarea: como a Martín Guzmán, le pone condiciones incumplibles para acordar con el Fondo y menosprecia a los empresarios. La disputa sobre el futuro del peronismo ya empezó.

    En apariencia, con la foto de unidad conseguida en ocasión de la inauguración del gasoducto de Vaca Muerta, el único logro más o menos concreto que la gestión nacional va a poder mostrar, el oficialismo entró en la campaña electoral poniendo en caja sus disputas intestinas.

    Y la foto no sería el único indicio al respecto, sino la frutilla de un postre que se viene cocinando hace tiempo: funciona bastante bien por ahora una división del trabajo entre Sergio Massa y Cristina Kirchner, por la cual ella y su gente se concentran en conservar la provincia de Buenos Aires, y el ministro atiende al peronismo del interior mientras, al mismo tiempo, éste busca apoyos empresarios. Aquellos, con la ayuda de Juan Grabois, evitan se fuguen hacia la izquierda o se desanimen los sectores más duros del kirchnerismo.

    Según este diseño, las de Massa y Cristina serían dos funciones distintas, pero al menos de momento complementarias, para mantener al peronismo unido. Y aún cuando él caiga derrotado en las presidenciales de este año, ambas contribuirían a permitirle a ese partido plantarse como una oposición desafiante ante el próximo gobierno. Para lo cual necesitará de un “policía malo” con sólidos asientos organizativos e institucionales, y para eso estarán un Axel Kicillof reelecto, el Grabois de los piquetes y La Cámpora, con sus canosos adolescentes para la liberación revoloteando alrededor. Y también va a hacerle falta un “policía bueno”, un Massa ofreciendo su talento negociador al resto de los gobernadores peronistas, los sindicatos y demás actores, afirmado en el centro de la escena como pieza necesaria de la gobernabilidad futura, piensen lo que piensen e intenten lo que intenten los bullrichistas de este mundo. Todo en clave años sesenta, con vandorismo, combativos, gobernantes débiles y bloqueos infranqueables a cualquier reforma que amenace el régimen económico vigente.

    Hasta allí, el plan. Pero como suele suceder, los planes se desarman apenas comienzan los partidos. Y con el inicio de la campaña electoral empezaron también los tironeos y zancadillas “fuera de programa”. Con lo cual la armónica división del trabajo entre Cristina y Massa tuvo un estreno bastante más deslucido de lo esperado.

    Y, en verdad, no podía ser de otra manera, porque los dos socios principales de Unión por la Patria también desconfían, y mucho, uno del otro. Igual que le pasaba a Cristina con Alberto Fernández, y a los combativos con Vandor.

    Para empezar, la señora está mostrando que no piensa ceder mayor protagonismo a su candidato. A diferencia de lo que viene haciendo Mauricio Macri en Juntos por el Cambio, mal y tarde, y con idas y vueltas como sucedió estos días cuando mordió el anzuelo de un cruce personal con Cristina. Pero de todos modos lo está haciendo: esto es replegarse y pasar el mayor tiempo posible afuera del país durante la campaña. La Vice, en cambio, quiere dejar en claro que sigue siendo la jefa indiscutida del movimiento, su gran armadora y orientadora estratégica, y por encima de todo, titular exclusiva de la gran mayoría de sus votos.

    A lo que su candidato cede, sea por su propia debilidad para construir un lazo propio con los votantes, sea por la letra chica del contrato por el cual consiguió la candidatura en condiciones de semi exclusividad dentro de su espacio. Y, también, por el temor a que la de Grabois termine siendo una postulación más que testimonial y lo debilite.

    Además, Cristina desde el inicio pretende dejar sentado que actuará abierta e irrestrictamente como supervisora ideológica de la campaña, así como sigue haciéndolo de cada decisión que se adopte en la gestión, incluida el área de exclusiva incumbencia del ministro de Economía.

    En ocasión de la “foto de unidad” esto quiso graficarlo con una seguidilla de afirmaciones durísimas. Primero, tachó a Eduardo Eurnekian, que había criticado a los políticos que solo se desvelan por conservar sus cargos, y por extensión a todos los empresarios que andan “hablando en seminarios”, como unos reverendos “boludos”. Luego dejó en claro, contra lo que el propio Massa ha venido prometiendo en cuanto a que el gasoducto inaugurado permitiría aumentar las exportaciones del país, estancadas hace más de una década, que ella tiene reservado para ese gas un destino bien distinto: ante todo, seguir sosteniendo el consumo doméstico subsidiado, en particular en la provincia de Buenos Aires, “la Patria” del kirchnerismo. Porque además, según ella, exportar commodities no supone ningún mérito ni ventaja. Por último, volvió a marcar que no se van a aceptar condicionamientos del FMI, como ser el recorte de los subsidios y la devaluación, y esa será la forma de “sacarlo del país”, la principal meta que se propone en adelante su fuerza política.

    Los tres planteos pegan de lleno en la estrategia electoral y la gestión del candidato que ella misma acababa de felicitar por “no aflojar”. Con lo que su elogio se volvía una amenazadora advertencia: “si aflojás ya sabés lo que te espera, ahí tenés a Guzmán para aclarártelo”.

    Massa viene haciendo esfuerzos demudados por acercarse a los empresarios y mostrarles que les tiene reservado a sus intereses un trato más favorable que Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta. También por demostrar a los votantes que es capaz, con su estategia de parches, de remover obstáculos para estabilizar y hacer crecer la economía, sin romper con el kirchnerismo, al que puede limar sus rasgos más conflictivos. Y por último, que tiene margen para acelerar la devaluación y recortar al menos algunos gastos, y algo de eso viene haciendo disimuladamente en estos días, como para merecer del Fondo más ayuda, imprescindible para llegar a fin de año sin un salto cambiario. Y esos tres ejes quedaron ya cuestionados por Cristina, como indicadores de una orientación que no se va a tolerar.

    Con lo que se abre un interrogante: ¿hasta dónde la división del trabajo entre el candidato y la jefa va a poder funcionar? ¿Cuánto falta para que Massa necesite imperiosamente que Cristina deje de hablar en medio de la campaña, o para que esta le advierta más directamente al ministro que lo que está haciendo no tiene su aval?

    Podría esperarse que, con las elecciones tan exigentes que tienen por delante, y sus intereses tan alineados en esa competencia como aparentemente están, ambos preferirán disimular sus diferencias, y hacer causa común a pesar de todo, más o menos lo que hicieron, recordemos, Cristina y Alberto hasta las PASO de 2021. Y que Massa va a poder convencer en última instancia a la señora de no arruinarle la campaña que tiene pensado desarrollar, sobre todo después de agosto, cuando sí va a necesitar el apoyo de los moderados para romper el techo del 30% de los votos. Para lo que necesitará que ella no vaya más allá en sus admoniciones y exigencias, por más que siga hablando para su público más fiel.

    Pero sucede también, para complicar aún más las cosas, que sus intereses electorales tal vez no están tampoco tan alineados como parece.

    Que ella se concentre en la tarea de retener la gobernación bonaerense, mientras el otro hace una campaña más nacional y con acento en retener el voto peronista del interior, pueden ser dos apuestas complementarias, pero tambien revelan objetivos en alguna medida contradictorios, y escenarios futuros distintos sobre la distribución del poder en el peronismo. Y las chances de una sucesión del liderazgo nacional en esa fuerza.

    Para Cristina, como dijimos, conservar la provincia es el objetivo prioritario, mucho más importante que el porcentaje de votos a nivel nacional que vaya a conservar el peronismo unido. Allí, en el principal distrito del país, es donde piensa afirmar institucionalmente su oposición al futuro gobierno, su representación legislativa, y por tanto, sus medios para conservar el control del peronismo a nivel nacional, y para bloquear cualquier intento de los caciques locales de hacerla a un lado. Que a Massa candidato no le vaya demasiado bien en la suma global de votos mucho no afecta esos planes.

    El escenario deseable para Massa, en cambio, es bien otro. Obviamente que también prefiere que Kicillof sea reelecto, pero desde que La Cámpora dejó prácticamente fuera de las listas distritales al Frente Renovador, no se juega allí sino en mínima medida la representación legislativa y territorial del massismo. A lo que se suma que si en la presidencial pudiera sumar más votos del interior que bonaerenses, lograría una ventaja en la disputa que se viene por el liderazgo peronista. Pues eso lo independizaría relativamente de los votos de Cristina: podría decir que ella es solo una expresión distrital entre otras, mientras que él expresa o reúne al PJ de todo el país. Más o menos lo que intentó hacer Alberto en 2019, sin timing ni suerte. Es más, si eventualmente Massa pudiera hacer una buena elección presidencial prescindiendo de un triunfo en provincia de Buenos Aires sería seguro más feliz, solo que debe saber es muy difícil por no decir imposible que algo así suceda.

    Es que en los últimos tiempos se han presentado dos novedades que lo fuerzan a mostrarse más alineado y dócil que nunca frente a Cristina. Primero, los peronismos provinciales están sufriendo derrotas inesperadas, incluso en distritos que gobernaron siempre o casi siempre. La caída en San Juan afectó duramente al peronismo del interior, y por extensión, cualquier chance de que Massa pudiera adelantar muestras de autonomía frente a la Vice.

    Segundo, se está confirmando que las tasas de votación este año serán muy bajas. E, igual que sucedió en 2021, eso revela en particular una bajísima disposición a votar por parte de los jóvenes de sectores bajos. Es decir, votantes habitualmente afines al peronismo. Que ahora encima tiene que compartir con Javier Milei.

    La expectativa del oficialismo es que, si se confirma que el libertario pierde impulso, tal vez una parte de esos votos podrían volver al redil. Pero su temor es que suceda más bien otra cosa: terminen favoreciendo a Bullrich en su competencia con Larreta, y la precandidata del PRO logre entonces, tras ganar por amplio margen su interna, enfilar a un triunfo en primera vuelta en la elección general.

    Sin competencia entre tercios, sin la habitual invencibilidad de los peronismos provinciales, y encima con Grabois mordiéndole más votos de los esperados por izquierda, la campaña de Massa se está tornando muy cuesta arriba. Demasiado como para que no dependa del refugio bonaerense. Se entiende entonces que ande diciéndole a todo que si a la señora. Al menos por ahora.

    Es curioso lo que está sucediendo. Milei se autodestruye, antes incluso de someterse al juicio de los votantes. Larreta, con sus aliados provinciales tutti frutti y sus coaliciones de amplio espectro, recoge votos de todas las procedencias en las elecciones distritales (salvo en Córdoba, donde sus planteos fueron ignorados), y liquida a caudillos peronistas más o menos moderados, que son los mismos que buscaba seducir como aliados para una eventual gestión nacional a su cargo. Y como todo eso juega a favor de Bullrich, Massa no tiene espacio alguno para mostrarse como quisiera, un pragmático dispuesto a decir y hacer casi cualquier cosa con tal de juntar un voto más. Le queda solo hacer seguidismo de Cristina, sumarse a la campaña del miedo, denostar al Fondo del que depende y polarizar con Bullrich.

    Son solo dos señoras políticas con mucho oficio las que pueden festejar en este escenario. Las batallas que se vienen probablemente las tengan cada vez más por principales protagonistas.

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