Lo que sabe Cristina. Por Beatriz Sarlo

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    Richelieu, hoy llamado Cristina, habló durante una hora bajo la lluvia que también mojó a los patriotas en 1810. En el palco desde donde se dirigió a la plaza estaban otros patriotas, dispuestos a darlo todo para llegar a presidente cuando hubiera un turno vacante: Wado de Pedro, Sergio Massa, Grabois, gente trabajadora y cercana, no como los indignos mamarrachos de la Corte Suprema, que solo quieren liquidarla a Cristina. El ausente fue Alberto Fernández, justo cuando se cumplían veinte años de la asunción de Néstor, a quien el presidente Alberto sirvió como eficiente mano derecha.

    En la plaza, la gente gritaba ¡Cristina presidenta!, portando los carteles donde no faltaba el nombre de los intendentes, que conocen bien las astucias con que se reparte el presupuesto. Todos movilizaron a su tropa, sus punteros son dirigentes barriales, que deben responder por las cuadras que les tocan. Saben que sus columnas son evaluadas según las reglas de mérito que se traduce en billetes, permiso pare aspirar a ser reelectos y, quizás, un ascenso en la pirámide burocrática del Estado. De intendente a ministro, caso Massa, y de allí solo la suerte y la habilidad pueden fijar topes.

    Cristina comenzó su discurso a las tres y media. La lluvia caía sobre la plaza y la encantadora vicepresidenta hizo un chiste bastante bueno. “No llueve acá bajo el  tinglado. ¡Y yo que siempre quise ser una figurita de Billiken!”, frase difícil de entender para los jóvenes que solo en una hemeroteca pueden ver las tapas de esa revista, cuya ideología seguramente no hubiera conformado a Cristina hoy. Por suerte, saltó enseguida a tiempos más cercanos, cuando, hace dos décadas, ella y su esposo Néstor cruzaron esa plaza rumbo al Congreso. En unas elecciones divididas, Néstor había vencido con el 22 por ciento de los votos, y pocos lo conocían en aquel entonces.

    Cristina sabe todo lo que logró su compañero de vida con ese capital de comienzo. En parte se lo debía a Eduardo Duhalde, a quien ya no se menciona en ningún discurso. Después de citar a Néstor, la vice recorrió el camino del progreso que fue su gobierno y no se salteó nada. Aunque, sí, ahora me doy cuenta de que se salteó a De Vido y olvidó la imagen de Néstor ante una secreta caja fuerte llena de plata. Lo hizo porque a los muertos de la familia política solo hay que evocarlos con poemas o epopeyas. Y a De Vido, mejor olvidarlo porque están las fotos.

    La vice no terminó su alocución sin impartir una breve clase de economía política. Nos enseñó que el mercado no lo resuelve todo y nos dibujó el puente que debe articular lo público con lo privado. No detalló las maniobras necesarias para convertir lo público en privado, porque el discurso se hubiera alargado demasiado y complicado a amigos, que trabajaron intensamente en la conversión de público a privado.

    Después pasó a lo difícil. Hay que dejar de lado el programa impuesto por el FMI. Los gritos entusiasmados de la plaza no permitieron escuchar el plan de Cristina para alcanzar tal fin. Por eso eligió callar, como una buena rockera que sabe cuándo hay que darle protagonismo al público.

    Una promesa planea sobre el plan económico y es más importante: hay que darle a la Argentina el Poder Judicial que merece. Esa es una condición esencial del nuevo pacto democrático: liquidar las camarillas de los tribunales. Marijuan ya ha dicho que no tiene elementos para pedir una condena que afecte a Cristina. Afirmaciones sobre falta de pruebas rodearon el comienzo del Juicio a las Juntas Militares y también había letrados afirmando que no había pruebas. Sin embargo, fue el trabajo del fiscal el que llevó a la cárcel a Videla, Viola y varios más. ¿Habrá un nuevo Strassera?

    Lástima que al presidente Alberto Fernández lo mandaron de paseo, para que descansara de lo que sucede al lado suyo, como un astrónomo que ve cómo pasan los planetas sin poder interferir en su órbita. Lo reemplazaron con creces todos los que ya se anotaron en la carrera presidencial, y reparten sus curriculum como si fueran novelitas. La lista de candidatos anotados no debe sorprender a nadie. Hagamos memoria: Néstor Kirchner era un desconocido en el gran teatro nacional, donde a la delantera familiar la encabeza su compañera de vida.

    Recuerdo bien la noche de aquellas elecciones. Yo estaba trabajando en otro país y llamé en la calle, desde un teléfono con unas pocas moneditas. Me alcanzaron para enterarme que Néstor había sido elegido presidente.

    Hoy, Kicillof, Bullrich, Massa, incluso la apurada Tolosa Paz son más conocidos que aquel Néstor llegado del sur. La televisión nos muestra las caras de esos candidatos mejor que un aviso publicitario. Y, más atrás, vienen los gobernadores eficaces como Schiaretti o Cornejo. Y el formoseño Insfrán no va a renunciar a ninguna candidatura porque tiene mal nombre. Gente con buen nombre como Morales también se ha inscripto.

    No son tiempos favorables para políticos que solo pueden prometer o gritar. Hay que convencer a los posibles seguidores que también se puede repartir, en todos los sentidos de la palabra.

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