El descargo pasando al ataque de la Vicepresidenta y el fin del uso del barbijo.
Como si buscara el ocaso de la democracia se yergue entre nosotros todavía el fanatismo, esa gangrena, ese fervor aureolado de sacralidad, ese entusiasmo de cabezas literalmente ahuecadas por idolatrías sin fundamento, como todas las idolatrías, que ungen a santos o santificadas, supuestas beatas victimizadas y transitando la arrogancia que solo destruye.
Este viernes observamos el espectáculo de la defensa personalizada. No hay firmas, se afirmaba, que probaran los ilícitos. Las jefaturas de la ilegalidad no firman. El manual del buen malhechor/a opera según un primer mandamiento: no dejar huellas.
Aún así, fue todo tan burdo que las evidencias de negociados y modelos saqueadores no pudieron borrarse. Todo fue circunvalado por una máxima activa que acuñó Voltaire: “Piensa como yo o muere”, hoy no debe entenderse esa sentencia literalmente. Se trata aquí y ahora de la pretendida muerte política en caso de disidencia.
El fanatismo acompaña a la corrupción como una cortina de hierro que la esconde.
Pero no la esconde.
Todo pretende ser una ilusión, o una alucinación. Los y las adoratrices de líderes o lideresas de la exacción, han elegido arrodillarse ante los discursos aunque sean delirantes.
La devoción política es el éxtasis de la antilibertad.
Ya no es obligatorio usar barbijos, ese hijab -en éste caso fundamentado- que aquí prácticamente se diluyó del paisaje contemporáneo. El ocaso de ese antifaz para la boca fue difundido como una noticia menor. Nos liberamos de la máscaras y eso es un acontecimiento mayor.
Todos los disfraces van cayendo
Al coronavirus lo venció, hasta ahora, la ciencia y la tecnociencia y se globalizaron las vacunas. La política en la Argentina demoró el avance. Fue un tenebroso ejemplo de locura paralizante. Se enunciaron disparates y paranoias burdas y murieron a raudales a causa de las demoras, los nacionalismos ideológicos, las patrañas y las torpezas deliberadas y por eso imperdonables. Muchos sufrimos pérdidas dolorosísimas que pudieron haberse evitado.
No se olvidará la obscena fiesta en Olivos mientras el resto era encarcelado desde un púlpito cínico y mentiroso.
Pero la enfermedad viral se terminó, se resolvió aún aquí en estos pantanales políticos, y ahora estamos de frente al futuro. De lo contrario retrocederemos otra vez al cementerio de los fantasmas aún vivos del pasado. Lo viral propició el privilegio tribal de los que confunden poder político con el feudalismo opresor que sólo se libera a sí mismo.
Hay ciertos sectores perseverantes en el temor y el temblor frente al dogmatismo y al lirismo irracional que lo justifica todo, incluida la deshonestidad moral e intelectual.
Hay otra política posible. Escribió Italo Calvino: “Quien conoce lo compleja, delicada, difícil y rica que es la actividad política, y quien la ame por ello se sentirá siempre insatisfecho y molesto ante el escritor o ante el crítico que le pide soluciones positivas”. Es verdad, es fácil criticar desde afuera, pero es necesaria la autocrítica de la política desde adentro.
Uno de los tópicos a analizar es la adicción a la sumisión, la necesidad del verticalismo, la vigencia de los personalismos castigadores, la arquitectura de la obediencia al unicato imperativo.
En la exposición vicepresidencial se percibió un síntoma del hábil uso de las abstracciones para intentar desmontar los hechos. “Mienten”, enunciaba ella, pero no demostraba nada según sus críticos quienes postulan que su discurso no arraigó en los hechos.
Previsiblemente, arremetió contra Clarín y contra La Nación. Aludió a la rarísima y tan agresiva banda de los Copitos y a difusos autores intelectuales del plan de magnicidio.
Se refirió extensamente al difunto Fernando de la Rúa.
¿Tiene todo ésto algo que ver con el juicio de vialidad? ¿Y las represiones al peronismo del 55 y del 56 que fueron atroces, tienen que ver con esta causa?
Consideró la vicepresidente que se diseñó un Estado de Sitio personalizado contra ella. Hecho a su medida para suspenderle sus garantías constitucionales.
Según sus detractores fue un disparate. Según sus adoradores todo lo que dijo fue genial.
Sin embargo los hechos existen.
La militancia filosófica que pretende demostrar que no hay hechos está en la base de un autoritarismo antiguo pero nuevo a la vez que se sostiene en el simulacro, en el dibujo de un mapa que anula al territorio, en la pesadilla persuasiva de que nada real existe.
Pero existe.
Los millones disipados en las cajas más oscuras estaban y ya no están.
Esos pases mágicos de manos rápidas para lo ajeno acontecieron.
Las estafas existen