Identidades. Por Julio Bárbaro

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    El Estado no puede ser un botín de mediocres, tampoco un empleado dependiente de los negocios. Primero patriotismo, luego ideologismo y finalmente dar espacio para economistas

    Las ideologías son coyunturales, otra cosa son las pertenencias culturales que tienen otro tipo de arraigo, están talladas en el alma del portador. Un gorila es un individuo que disfruta de sentirse vencedor, convencido de ser superior a los pobres a quienes siente incultos y creyentes, afectados de variados síntomas que la riqueza y la estirpe permiten superar. Es un materialista que pasa por la vida disfrutando del ejercicio de acumular y de imponer. Estos personajes antes solían ser más cultos, más formados, ahora sólo hablan de golf, de fútbol y de Miami. Borges se quejaba porque creía que se leía más el Martín Fierro que el Facundo, sabía de qué hablaba, imagino que iba más lejos, hacia una sociedad donde no existieran aquellos que José Hernández defendía.

    Lo cierto es que quedamos los dos sectores y pocas veces hubo quien los sintetizara o al menos intentara hacerlo.

    Los españoles se mezclaron con los pueblos nativos, surgía así la riqueza del mestizaje. Los ingleses utilizaron el cine para mostrar un indio malo con arco y flecha frente a un colono bueno con wínchester, esos no tienen culpa. En nuestra realidad, mientras los colonos y sus descendientes admiraron a Europa, las cosas se fueron acomodando. Algún mal intencionado llegó a decir que no nos desarrollábamos porque nuestros mayores, Italia y España, no lo lograban. Existía también la tesis de supremacía protestante y sus agregados. La verdad es que Europa terminó siendo un capitalismo integrador, con salud y educación para todos y que Estados Unidos devino en otra cosa, se consolidó un capitalismo donde el vencedor disfruta la derrota del vencido y de esa visión del mundo se enamoraron nuestros modernos gorilas. Trump no es una casualidad, implica reivindicar lo peor, esa concepción perversa nos separa. Con una mirada europea podíamos encontrar la síntesis, el abrazo de Perón con Balbín, esa vocación de una patria con todos. Parados del otro lado, desde el mundo de Martínez de Hoz y Cavallo se necesitan miles de muertos para lograr imponer su modelo. La derrota de Malvinas desnuda ignorancia del poder mundial, resulta similar a cierta visión del presente o a la ridícula idea que albergan en el PRO de lo que implica ser respetados en el mundo.

    Lo cierto es que el último golpe, la masacre de los “liberales de mercado,” nos encontró con cuatro por ciento de desocupados, seis mil millones de dólares de deuda y ni un solo subsidiado por causas inventadas. Convencieron a los militares de asesinar guerrilleros para después dejarlos presos y sin destino, y se quedaron ellos con los bancos y el poder del dinero. Además lograron imponer el materialismo como única doctrina vigente y asociarse a una izquierda tonta que solo les cuestiona la diversidad sexual. Brutos y mediocres, los gorilas se imaginan superiores y distintos, nos hunden a todos, logran imponer su limitación mental.

    El radicalismo y el peronismo marcaron el avance de la democracia y la revolución industrial pero ambos fueron derrocados por “golpes de Estado”. Lamentablemente el PRO es el agrupamiento que más expresa esa memoria de dictaduras moralistas y sangrientas. Respeto a la Sociedad Rural y la apoyo sin olvidar que ovacionaron a Onganía ingresando en carroza y que silbaron a Raúl Alfonsín, cada quien que asuma sus culpas. Hablando de culpas, las mías son Menem destruyendo el Estado y los Kirchner sembrando odios, ambos en nombre de un Perón a quien ni siquiera respetaban.

    Ser peronista no es, obviamente, la única expresión del ser nacional, antes están los radicales, tan divididos como nosotros, los tangueros, muchos liberales productivos y enamorados del campo, de los caballos y del folklore, e infinitos senderos aportan a la conciencia de la patria, a esa fragua que integra lo que pareciera imposible de hacerse uno. Allí sí que solo los une el amor a la tierra, a la historia, a los bares, al fútbol, al tango como expresión citadina, eso que nosotros disfrutamos con orgullo y que a ellos, los gorilas, hasta los mismos gestos los avergüenzan.

    Mis abuelos vinieron de Italia, los cuatro, no tengo otra sangre, la visito siempre que puedo, me enamoraron su cine y sus limones, sus pastas y su pasión por la vida. De los franceses nos vino el pensamiento, de Camus, de Sartre y de Malraux; siempre me gustaron más los alemanes que los ingleses, esos nunca nos quisieron, no dejaron pueblo por dañar. Nos identificamos con Gandhi, con Mandela y con los argelinos, con todos los pueblos que sacudían la opresión de los colonos. Por eso nos duele tanto esta versión economicista de la dependencia, esta mirada numérica que imponen los cultores del colonialismo, chino o yanqui, qué más da. La excusa de odiar a uno para terminar en manos del otro es patética, ser libre implica precisamente no ser anti nadie, es no tener complejos de inferioridad o dependencia.

    La mediocridad es un mal que no deja espacios libres y es bueno destacar que la visión de política exterior del PRO y del actual gobierno se parece mucho, el anterior entendía que recorrer los salones de los grandes era pertenecer, los grotescos de hoy se engancharon con Rusia y China como si al hacerlo se volvieran anti Estados Unidos.

    Duele que demasiados jóvenes elijan el exilio, algunos lo festejan, resulta difícil de entender. Patriotismo es lo que nos falta, enamorarnos de lo que somos, más allá de “la casta”, de esos que se enriquecieron parasitando nuestro empobrecimiento. Esa delincuencia tuvo pensamiento colonial en envase peronista algunas veces y otras, radical, y también en muchas ocasiones fue de izquierda. Nos quedamos sin ejemplos, sin políticos que resistan un archivo, o, mejor dicho, una revisión patrimonial.

    Estas tierras gestaron una cultura, con mucho de latina, de encuentros y afectos, de abrazos y de idealismos. Los que asaltaron el espacio público en dictadura y en democracia, esos se quedaron con la patria, con el Estado, los puertos y los aeropuertos, las rutas y los servicios públicos, hasta con los ferrocarriles y decidieron subsidiar a los obreros que les sobraban para poder importar todo. Necesitamos salir de ese mal que los nuevos colonos denominan “sustitución de importaciones” y quitarles el poder a los bancos y a los importadores. Mientras el agro genera divisas la izquierda asusta a los burgueses y la masonería acusa al peronismo y al Papa. La lacra humana de los prestamistas se impuso eliminando al ciudadano para sustituirlo por el consumidor. Ahora quieren dolarizar, vocación colonial, gerentes de imperios que admiran y envidian. Cuando uno de esos se exilia, ahí sí podemos festejar.

    Necesitamos una propuesta que contenga ideas y paz, un proyecto común donde nos devuelvan lo más importante de lo robado que es la esperanza. Solo reivindicando lo que somos podremos recuperar un futuro común sin copiar a nadie, así no seremos consumistas como los del norte ni dependientes de los chinos ni mucho menos de los rusos que nunca se cansan de matar. Tenemos sobradas virtudes que recuperar y defectos que superar. El Estado no puede ser un botín de mediocres, tampoco un empleado dependiente de los negocios. Primero patriotismo, luego ideologismo y finalmente dar espacio para economistas. Faltan políticos, política, reflexión, y eso no se hace con números. Si no detenemos la concentración de la riqueza no podremos impedir que los necesitados pretendan vivir sin trabajar. Dos extremos que debemos superar, a riesgo de quedarnos sin destino.

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