El Presidente llegó a Alemania en la segunda escala de su gira europea y se muestra decidido a dar la pelea interna: no está dispuesto a soportar un nuevo bloqueo del kirchnerismo a los planes de Martín Guzmán.
Pese a los miles de kilómetros que separan España y Alemania de la Argentina, Alberto Fernández no pudo escaparse de la interna que atraviesa a su Gobierno. Ni siquiera la agenda internacional con tres destacados líderes europeos pudo torcer el rumbo de la vida interna de la coalición.
En gran medida, fue porque el Presidente decidió responderle a Cristina Kirchner en una entrevista al diario español El País y asegurar que tenía una “mirada parcial”, palabras que volvieron a recalentar la discusión de poder en el interior del Frente de Todos.
Fue una decisión política. Una forma de mandar un mensaje contundente a su compañera de fórmula, con la que dice coincidir en la concepción política sobre lo qué hay que hacer en el país, pero no en el camino. Diferencia sustancial para que el Gobierno logre tener un rumbo y dirigirse hacia allí sin contratiempos.
“Los dos van a Mar del Plata. Pero uno elige la Ruta 2 y el otro la 11″, explicó un funcionario sobre ese recorrido diferente que, con el pasar de los días, parece no tener el mismo destino. La realidad es que las coincidencias de fondo se desgranan con las diferencias que quedan en la superficie.
La interna no es gratis. Tiene un costo. Un impacto real en las variables de la macroeconomía, en la autoridad presidencial, en la credibilidad de la gestión y en la capacidad de generar confianza del Gobierno. Por eso cualquier cruce de palabras no es superficial ni banal. El Presidente lo sabe y lo acepta, aunque parte de su círculo de confianza intente relativizarlo.
A Fernández no le preocupa el silencio qué hay en su relación con Cristina Kirchner. Silencio que ya lleva más de dos meses. Es parte de la nueva normalidad del Gobierno. Tampoco tiene previsto un encuentro con ella. Ni fecha, ni hora, ni lugar. No hay un té pautado para acercar posiciones mientras miran los jardines de la Quinta de Olivos.
“No me perturba”, suele decir sobre el tiempo que lleva sin dirigirse la palabra con su compañera de fórmula. Además, sabe con seguridad que las diferencias existentes, y el nivel de descomposición interna de la coalición, no se terminará porque se junte con Cristina un par de horas.
Todo lo contrario a las proyecciones que muchos hacen en el peronismo sobre el final de la interna. Una gran mayoría, de todos los sectores, cree que la tregua llegará el día que ambos se sienten a la mesa a decirse las verdades cara a cara.
El Jefe de Estado asume la conflictividad del vínculo como parte de los sinsabores normales, que sobreviene de los movimientos de poder naturales que tiene la política. “No es un problema de tensión, sino de fijar posiciones”, les dijo a sus íntimos.
Incluso cree que en el discurso del último viernes en Chaco, la Vicepresidenta tuvo un gesto positivo. ¿Cuál? No hablar del FMI durante su extensa presentación. “No hizo ninguna alusión al tema. Eso significa que es un tema terminado. Es un gesto bueno”, planteó un importante funcionario que forma parte de la comitiva.
En el corazón del Gobierno creen que fue un gesto que, de alguna forma, dio por cerrada la discusión interna sobre la viabilidad del acuerdo con el Fondo. Esa interpretación reviste importancia debido a que el quiebre más marcado que hubo en el relación entre el Presidente y el kirchnerismo fue la discusión sobre ese entendimiento alcanzado.
“No querían firmar porque se sentían incómodos, pero nunca nos dieron otra propuesta. Tiene que ver con el relato”, sentenciaron en la comitiva presidencial. En el albertismo no son afines a la construcción de un relato. Nunca lo fueron.
El Jefe de Estado está seguro de que el que se está viviendo es un tiempo de “debate abierto”. Las diferencias, en todo caso, se terminarán de resolver en las PASO. Sobre todo porque considera que el peronismo tienen chances de ganar en el 2023. Lo contrario a lo que creen en el kirchnerismo, donde ven cómo la derrota electoral se asoma lentamente.
Fernández cree que la Vicepresidenta no cambió. No es otra. Es la misma de siempre en un contexto diferente donde hay cada vez menos coincidencias. Por eso, en algún punto, se pasó unos cuantos años cuestionando su último gobierno. Está donde está por ella. Pero para sobrevivir debe tener vocación de poder y no dejarse condicionar por las constantes críticas del kirchnerismo.
Esa decisión de gobernar sin condicionamientos lo llevó a decidir que si algún funcionario nacional, vinculado al recorrido que debe gestarse para que se concrete la suba de tarifas, se interpone con su decisión de aumentarlas, será removido del Gobierno. Sin titubeos. Y sin acuerdos previos con otros sectores de la coalición.
Quien debe firmar la reestructuración final de las tarifas es la titular del ENRE, Soledad Marin, una funcionaria ligada al subsecretario de Energía, Federico Basualdo, integrante de La Cámpora y rival interno del ministro de Economía, Martín Guzmán.
Si el kirchnerismo pone trabas para que se concrete el aumento, la decisión de Fernández es avanzar rompiendo esas barreras. “Esto es una decisión política. Si alguien no puede tomar esa decisión política, no podrá seguir en el Gobierno”, le resaltó Fernández a su círculo de confianza.
Está convencido de que no se puede vivir con los niveles se subsidió qué hay ni con el déficit fiscal actual. La decisión está tomada. Las tarifas se van aumentar con el esquema dispuesto por Martín Guzmán. Cueste lo que cueste.