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    Las últimas encuestas lo ubican entre los políticos con mejor imagen y mayor intención de voto. El fenómeno libertario es una especie de alarma, de llamado de atención, de interpelación a la sociedad y al sistema político.

    Facundo Nejamkis es un politólogo, de origen peronista. “Todavía soy de los que piensan que un peronista le hace mejor a la Argentina que un no peronista”, suele bromear. Encima, un poco progre. Esas categorías alcanzan para entender que su recorrido ideológico y personal está muy distante, en tantos aspectos como pueden definir a un ser humano, de Javier Milei. Hace una década, Nejamkis fue uno de los principales colaboradores de Juan Abal Medina, cuando este era jefe de Gabinete de Cristina Kirchner. El jueves pasado, Nejamkis debe haber recibido un disgusto cuando terminó de procesar una sorprendente encuesta que refleja algo así como lo contrario de lo que él desea para el país. En ese estudio, Milei aparece como el político de mejor imagen de la Argentina. Su intención de voto no tiene nada que envidiarle a ningún otro eventual candidato. Solo esos dos datos permiten explicar no solo el malhumor de Nejamkis sino también el tumulto que sacudió esta semana a Junto por el Cambio alrededor de una pregunta sencilla: ¿Qué hacer con Milei?

    Javier Milei en Mendoza

    Los datos puros y duros son los siguientes:

    -Entre votantes seguros y posibles, Milei llega al 47 por ciento. Horacio Rodriguez Larreta al 46. Patricia Bullrich al 42. Mauricio Macri al 39. Los candidatos oficialistas están todos muy por debajo. Cristina Kirchner llega al 29 por ciento, Alberto Fernández al 26 y Axel Kicillof al 24.

    -La imagen positiva de Milei llega al 50 por ciento, y la negativa al 38. Esto le da un diferencial positivo del 12 por ciento. Es un desempeño que lo ubica en primer lugar. En orden decreciente le siguen: Patricia Bullrich (49 por ciento de aprobación y 45 de rechazo), Horacio Rodriguez Larreta (48 y 44), Mauricio Macri (39 y 59). Los líderes del oficialismo están mucho peor. Cristina Fernández tiene una imagen positiva del 27 por ciento y una negativa del 71. Alberto Fernández una aceptación del 29 y un rechazo del 68. Kicillof es respaldado por 29 de cada cien argentinos y rechazado por 63 de cada 100.

    En su última aparición pública, Milei usó un chaleco antibalas

    -El tercer dato es, tal vez, el más sorprendente. Los encuestadores preguntaron: “Si las elecciones fueran hoy, ¿a qué espacio cree usted que votaría?”. Juntos por el Cambio recibió una intención de voto del 32 por ciento, el Frente de Todos de 24 y los libertarios de 21. Con el detalle extra de que el Frente de Todos cae sostenidamente mes a mes, y los libertarios crecen. Si la tendencia continúa, las curvas se podrían terminar cruzando. En ese caso, Milei podría llegar a un ballotage contra la principal coalición opositora.

    Una encuesta, como se sabe, es la foto de un momento. Además, los encuestadores suelen equivocarse. Pero el trabajo de Nejamkis coincide con varios otros que llegan a conclusiones similares y ubican a Milei entre los tres o cuatro dirigentes con mejor imagen del país. Dada la naturaleza distópica de sus propuestas, por decir lo menos, es un fenómeno claramente disruptivo para la política argentina. Pase lo que pase con su derrotero, de los números de estos días surgen advertencias y desafíos bastante claros.

    La primera advertencia es para el sistema político que nació en 1983. La democracia surgió con una promesa muy recordada. “Con la democracia se come, se cura y se educa”, repetía el primero de sus líderes. Cuarenta años después, esos augurios no se han cumplido. Más bien, todo lo contrario. En ese sentido, es muy razonable que mucha gente esté enojada. No es la primera vez que eso ocurre. De una angustia similar surgieron los liderazgos de Carlos Menem en 1989 y de Nestor Kirchner en 2003. Pero en ambos casos, ese enojo se canalizó dentro del sistema político. Ambos eran gobernadores muy conocidos del peronismo.

    Axel Kicillof y Máximo Kirchner

    Esta vez sucede algo distinto. Milei es un personaje exótico. Es exótico su aspecto, su oratoria y sus propuestas. Pero, por algo, nada de eso espanta a la mitad de la población a la que le cae simpático. Hay un ejemplo que tal vez permita entender eso. Milei ha propuesto, por ejemplo, eliminar la educación pública. En otros tiempos, eso hubiera generado un escándalo. Si no lo genera ahora, es porque la educación pública no es un bien valorado.

    De hecho, la mitad de las familias ha migrado hacia la privada. Y quienes quedaron en las escuelas del Estado reciben un servicio muy malo. Las estadísticas de rendimiento comparativo de los chicos argentinos, las horas de clase que reciben, la cantidad que entra en la primaria y trece años después sale de la secundaria empeora cada año de manera estremecedora. Si un sistema abandona a su gente, es muy previsible que esa gente busque alternativas.

    En ese sentido, el problema no es Milei sino los motivos que generan que sus propuestas no escandalicen a nadie. Elisa Carrió utilizó una viejísima película de Ingmar Bergman llamada El huevo de la serpiente para explicar el riesgo que ella percibe: “La crisis económica de la década del treinta produjo el surgimiento de líderes totalitarios”. Milei no es Hitler ni Mussolini. Tal vez ni siquiera sea Bolsonaro. Pero un sector muy numeroso de la sociedad -muchos jóvenes, de todas las clases sociales- ha empezado a buscar soluciones en los márgenes.

    Una segunda advertencia es, claramente, para el peronismo. La caída vertical de la cantidad de gente dispuesta a votar por la fuerza política más importante de los últimos 70 años no ha frenado luego del magro resultado electoral. Cada mes, cae un poco más. Cada cual puede reaccionar como le quepa frente a esta dinámica: puede, incluso, negarla. Pero un razonamiento de mero sentido común obliga a sumar dos elementos que confluyen de manera muy llamativa: la gente la está pasando muy mal y los principales dirigentes del gobierno pelean de manera muy violenta. No pasa un día sin una declaración que recuerde el tema, mientras las personas normales van al supermercado y encuentran los precios que encuentran. ¿No es muy lógico que semejante obscenidad genere un castigo ejemplar?

    Hay otro elemento muy sensible. El caballito de batalla de Milei es una palabrita de cinco letras: “casta”. Esa palabra fue incorporada al léxico político por izquierda. La primera agrupación que la usó fue Podemos, en España. Ahora la utiliza la derecha. Remite a un sector social que tiene privilegios que el resto no tiene.

    Javier Milei y Patricia Bullrich

    En el día de ayer se produjo un encuentro que sirve de manera muy elocuente para graficar eso. Con la excusa del Día del Trabajador, hubo una reunión de dirigentes que se presentan como exponentes del peronismo más rebelde. Su principal referente fue, curiosamente, Máximo Kirchner. Se trata del hijo de dos millonarios, que nunca sufrió las angustias de la mayoría de su pueblo: ningún problema para subsistir, ni disgustos por maltrato de un jefe, ni miedo a perder su trabajo. Todos los cargos que obtuvo fue gracias a la familia a la que pertenece. Está procesado por la Justicia, porque tiene que explicar manejos financieros inexplicables. Entre sus aliados figura Pablo Moyano. Otro heredero de una fortuna, que nunca lidió con un jefe ni con el miedo a la desocupación. También está procesado por sus vínculos con los matones de las barras bravas. ¿Qué supone que la mayoría de la gente ve en ese tipo de personajes? No hay que ser un genio para entender de dónde sale el enojo que nutre a Milei.

    El tercer sector donde impacta el crecimiento de Milei es en Juntos por el Cambio. Esta semana, la coalición opositora se tensó al máximo ante el evidente desafío que representa una opción que crece fuerte a su derecha. En principio, el problema es para Mauricio Macri y Patricia Bullrich, con quien MIlei disputa en gran medida el mismo público. Si sus votos fugan hacia afuera del espacio, el que se beneficia es Horacio Rodríguez Larreta. Pero todos miran con inquietud cada nueva encuesta, con el miedo a que se produzca una ola que los pase por encima a todos.

    El fenómeno Milei es, en fin, una especie de alarma, de llamado de atención, de interpelación. Con suerte, puede operar como un despertador. Mientras la dirigencia política tradicional siga con las prácticas habituales, tarde o temprano, a través de Milei o de alguna alternativa aún peor, es previsible que ese caudal de descontento encuentre un cauce peligroso.

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