El Presidente, ¿tiene lo que hay que tener? . Por Ernesto Tenembaum

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    Curiosamente, dentro del Gobierno tanto cristinistas como albertistas coinciden en que el mandatario “no hace las cosas que tiene que hacer”.

    El miércoles por la tarde, durante su discurso ante parlamentarios europeos y latinoamericanos, Cristina Kirchner disparó contra el Presidente una estocada, por una vez, bastante certera. “Que te pongan la banda y te den el bastón, créanme, no significa que tengas el poder, sólo un poquito de eso. Lo digo por experiencia”, arrancó. Y luego remató: “Ni te cuento si además no se hacen las cosas que hay que hacer…dejémoslo ahí”.

    La primera parte de la frase obedece, en realidad, a una profunda convicción de la mujer más poderosa del país. Ella se siente incómoda -lo ha dicho muchas veces- con el sistema de división de poderes que es la esencia de las democracias del mundo. Cree que ese método de Gobierno fue creado cuando “no existían ni la luz eléctrica, ni los autos, ni los celulares” y que ya es hora de cambiarlo. En ese sentido, su referencia al insuficiente poder que otorgan la banda y el bastón viene de lejos.

    El remate, en cambio, sí es novedoso: “Si además no se hacen las cosas que hay que hacer…dejémoslo ahí”.

    Lo curioso de esa última expresión es que, con el destinatario de Alberto Fernández, ha unido en estas últimas semanas a casi todos los sectores del Frente de Todos. Por una cosa o por la otra, los unos y los otros, que se odian entre sí, coinciden en que el pobre Presidente no hace las cosas que hay que hacer.

    Del lado del cristinismo, esa convicción se apoya en dos elementos. El primero es que lo dice su líder. Diga lo que diga, cuando Cristina habla los cristinistas aplauden enfervorizados. Aplaudir a rabiar cualquier cosa que haga o diga ella es un rasgo identitario muy fuerte del cristinismo. El segundo elemento es que la líder y sus seguidores coinciden en que el Presidente no enfrenta como debería al poder económico. O sea, creen que Alberto Fernández no tiene lo que hay que tener para ejercer el cargo.

    En esa mirada crítica sobre Fernández hay algo tremendo para el dogma cristinista. Si la elección de Fernández fue una elección fallida, entonces Cristina se equivocó. ¿No fue ella quien lo designó? ¿No lo conocía de antes? Si lo conocía, y sabía que Fernández era esto, ¿por qué lo eligió? Si no lo conocía, ¿por qué lo eligió? O sea: ella es falible. Todo un castillo de naipes -y el sentido de muchas vidas- puede derrumbarse luego de esa peligrosa conclusión.

    Por otra parte, si se equivocó en una decisión tan trascendente, como lo es dejar al país en manos de alguien que no tiene lo que hay que tener, ¿no se equivocará en tantas otras cosas, como por ejemplo cuando respalda la masacre que Vladimir Putin está produciendo en Ucrania o cuando resiste la compra de una vacuna porque proviene de un laboratorio norteamericano? ¿Habrá que aplaudirla ciegamente cada vez que habla? O, dado que es -finalmente- falible, correspondería dudar, analizar, tal vez incluso disentir. Aunque en ciertos ambientes disentir tiene un costo alto, muchos kirchneristas de toda la vida han empezado a hacerlo.

    Pero lo más inquietante de la estocada de Cristina -”si además no se hacen las cosas que hay que hacer…dejémoslo ahí”- no es que exprese a sus seguidores, sino que representa también la sensación que se instala, cada día un poco más, en los dirigentes más cercanos al Presidente. Cualquier periodista que haya frecuentado en los últimos días a ministros, secretarios de Estado u operadores presidenciales recibe una sensación de perplejidad y desánimo, que hasta ahora no había aparecido en las cercanías de Alberto Fernández, al menos no en esta dimensión.

    “No entendemos qué le pasa”, “no entendemos por qué no reacciona”, “queda poco más que un año de Gobierno real, necesitamos que aparezca como líder, y no aparece”, “a veces me cuesta entender por qué defiendo a alguien que no se defiende”, son algunas de las frases que se repiten en el entorno presidencial, en dirigentes que, desde hace mucho tiempo, acuerdan con el enfoque político del Presidente. Nadie lo dice en público. Pero es un fenómeno demasiado contundente como para ignorarlo.

    La pregunta, en fin, es la misma que retumba del otro lado: ¿Hace las cosas que hay que hacer? ¿Tiene el coraje que hay que tener? Es a él a quien le corresponde dar una respuesta.

    Desde el comienzo del mandato, la oposición y un sector muy agresivo del mundo mediático intentaron instalar la idea de que Fernández era un títere, un pelele. Cristina Kirchner hizo lo imposible por consolidar esa idea, debilitando la autoridad presidencial desde el día uno. Así, en estos dos años largos hubo una alianza de hecho entre los sectores extremos de la política y los medios.

    La progresiva emergencia del conflicto entre Fernández y Kirchner demostró que ese esquema era, como mínimo, insuficiente para entender lo que sucedía. Ningún títere se pelea con su titiritero. En todo caso, el problema no era ese sino la relación disfuncional entre ambos, esa tara de origen del Frente de Todos.

    Con el tiempo, la lógica de ese conflicto limitó la capacidad oficial para resolver problemas muy serios, como la inflación. Los problemas crecían. Alberto y Cristina se peleaban. La imagen de ambos caía. Los problemas volvián a crecer. Ellos se peleaban más fuerte. La imagen volvía a caer. Hace tiempo que la sociedad da señales de hartazgo ante este culebrón eterno.

    A fines de marzo, por ejemplo, se produjo un intento evidente por desplazar a Martín Guzmán, justo la persona que debería pelear contra la inflación. La expresión más fuerte de esa ofensiva fue una declaración del secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti. En cualquier esquema de poder razonable, Feletti habría sido despedido. Sin embargo, permaneció en el cargo y, días después, participó de un acto con el sector que resiste al Presidente.

    El lunes pasado, además, Guzmán anunció que trabajaría con los funcionarios “alineados” con la gestión económica. El martes, voceros muy destacados del cristinismo instalaron en la tapa de los portales que “si tocan a Wado de Pedro o a alguien de energía” se rompería el Frente de Todos. Pasaron las horas: no tocaron a ninguno de ellos.

    Y así.

    En el medio, Fernández logra algunas victorias. La más importante fue el abrumador respaldo parlamentario en el debate sobre el acuerdo con el Fondo Monetario. Cuando se animó a dar una pelea, la ganó. En las últimas horas, además, avanzó sobre el cristinismo con la convocatoria a audiencias públicas por los aumentos de tarifas.

    Pero no alcanza.

    La argumentación presidencial sostiene que sus silencios, sus dudas y sus indecisiones obedecen a la templanza y no a la debilidad, al intento de gestionar el conflicto sin que este lleve a la ruptura del Frente de Todos. Pero de un lado, vociferan y amenazan. Y del otro, están perplejos y desorientados porque hay un líder que no aparece, o no aparece como ellos esperan que aparezca.

    Pasan los días, las semanas, los meses, y la relación del Presidente con la sociedad no mejora. Se trata de un agotador recorrido circular. Las treguas efímeras. Los grititos. Las amenazas. Las renuncias en masa. Los rumores de que algo va a cambiar. Las puestas en escena cada vez que ella habla. Y las treguas, las amenazas, los grititos, las renuncias. El aburrido culebrón que empantana todo. El miedo a un salto al vacío encierra al Gobierno en un circuito cuyos resultados son bastante obvios.

    En el Centro Cultural Kirchner, donde la Vicepresidenta habló el miércoles, los cristinistas coreaban: “Y vas a veeeer, de la mano de la Jefa, vamos a volver”. Quién está en la oposición, cuando grita “vamos a volver”, se imagina en el Gobierno. ¿Adónde se imagina que vuelve quien está en el Gobierno?

    Ese cantito, en este contexto, es un buen pronóstico sobre lo que está por suceder si las cosas siguen así.

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