Vidal, Victoria, el sexo y el porro. Por Laura Di Marco

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    En una elección caracterizada por la pobreza en el debate de ideas, dos temas poco habituales se colaron en la campaña e hicieron estallar, sorpresivamente, la agenda mediática: la marihuana y el sexo. Dos asuntos ligados al mundo millennial, un universo de votantes esquivo para la política tradicional. Jóvenes desencantados y, sobre todo, desenganchados tanto de la coalición oficialista como de la opositora y, en cambio, cada vez más seducidos por los discursos antisistema. María Eugenia Vidal se despachó con los porros. Tolosa Paz, en cambio, avivó el fuego uniendo sexo, felicidad y peronismo.

    En el debate por la legalización de la marihuana, Vidal describió los efectos del consumo de drogas, según las clases sociales (“no es lo mismo fumarse un porro en Palermo que en la villa”) y desató una nueva confusión cognitiva en la mente del gobernador Kicillof, que creyó ver en esa frase no solo discriminación, sino el verdadero motivo por el cual la candidata de Juntos cambió de distrito. Como dirían los jóvenes, ¡un montón!

    “No hay felicidad de un pueblo sin garchar; perdón, los peronistas somos así. Somos seres humanos”, se encendió Tolosa Paz. Fue Sergio Berni quien mejor la refutó en su misma cancha, el peronismo: “No hay felicidad de un pueblo sin justicia social”, recolocó, doctrinario. Efectivamente, la sexualidad, como la discusión política, puede ser un lujo de quien tiene las necesidades básicas satisfechas. Difícil pensar en el goce en un país en el que la pobreza alcanza a la mitad de sus habitantes.

    ¿Habló de sexo en campaña para capturar el universo millennial, esos que el kirchnerismo está perdiendo a manos de los libertarios? Es posible. ¿Quiso impulsar una campaña de marketing personal para que se hable de ella, a partir de su bajo conocimiento en las encuestas? Probablemente. Y lo logró: sonó raro escuchar en boca de sofisticados analistas políticos reproducir el verbo coloquial, y más joven, que alude a la práctica de la sexualidad.

    Pero lo más significativo es que, debajo de esa aparente frase erótica, hay una ideología y también una agresión. ¿Por qué? Porque lo que sugiere es que solo el pueblo goza, siente, experimenta amor y es humano. Obviamente ese pueblo, depositario de todas las virtudes, como diría el historiador Loris Zanatta, es encarnado exclusivamente por el peronismo.

    El “antipueblo”, en cambio, no solo expresa el odio sino que sobre todo es incapaz de gozar. Es más, ni siquiera es humano. Como remarcaba sobre el asunto un usuario, seguidor de Tolosa Paz, en Twitter: está claro que los gorilas no son humanos. Es decir, a los que no piensan como nosotros ni siquiera les reconocemos su dimensión humana. ¿Cómo se conjugan ambas ideas, en palabras de Alberto Fernández, con lo de “la patria es el otro” o la “Argentina unida”?

    En 2011, cuando hacía entrevistas investigando a La Cámpora, un líder de “La Orga”, concluyó, con mucha seriedad: “El problema con ustedes [los periodistas independientes] es que no garchan [sic]”. Es decir, nada nuevo bajo el sol. En el populismo las cosas son simples: el bien es el pueblo; el mal, todo lo demás. El problema conceptual y teórico, en este caso, es que “todo lo demás” representa al 41% de la sociedad. Demasiada gente para encajar con la minoría del “antipueblo”.

    El asunto del porro va por otro carril. Kicillof volvió a confundir descripción con discriminación, como cuando, en tiempos de Cristina, se negaba a medir la pobreza para no estigmatizar. Donde el gobernador ve discriminación, lo que hay es una contextualización del debate por la legalización de la marihuana.

    Efectivamente, no es lo mismo el efecto del consumo ocasional en un joven de clase media acomodada, en el marco de un proyecto de vida, que el de un chico de la villa, tentado por los narcos y al que le han robado el futuro. Además, la marihuana, como los vinos, tiene distintas calidades y mezclas a las que pueden acceder, según su bolsillo, las distintas clases sociales: los jóvenes pobres solo pueden comprar el blend de peor calidad y, por ende, el de peores efectos. A esa mezcla mala la suelen unir con psicotrópicos. Lo que podría ser un divertimento en la clase media alta, la pobreza lo transforma en un coqueteo con la muerte.

    La imparable demanda de drogas en el conurbano, que se disparó desde agosto de 2020, después de una suerte de breve abstinencia por la pandemia, contrasta con la ausencia de una política coherente contra el narco. Algunos especialistas afirman, incluso, que las mieles de ese mercado suavizaron la guerra entre carteles, en suelo bonaerense, porque ahora “hay para todos”.

    Santa Fe es tierra de nadie: mezclados con las bandas locales operan carteles brasileños y paraguayos. En 2020 produjeron 212 muertos y en los primeros cuatro meses del 2021, 125. A fines de mayo, el fuego cruzado entre los barones de la droga, solo en Rosario, arrojó un saldo de 102 asesinatos. Pero, de eso, Kicillof no habla. ¿Será que las cifras de estas tinieblas también estigmatizan?

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