Se acabó la paciencia. Por Mónica Gutiérrez

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    A la vicepresidenta Cristina Kirchner no le basta con sentir que será “absuelta por la historia”. Necesita cuanto antes salir de la escena de Comodoro Py.

    Se acabó la paciencia. Cristina detonó. No llegó a esta, su tercera administración, para quedar a disposición de jueces y fiscales. Probablemente insatisfecha con la fenomenal mutación que experimentó su ex Jefe de Gabinete, ahora Presidente de la Nación, decidió ir por más. Siempre considerando que “hay funcionarios que no funcionan” sale a tomar en mano propia el desafío encomendado. Los tiempos se acortan. Se terminaron las buenas maneras. No solo se sacó el barbijo, se le cayeron todas las máscaras.

    La sorprendente clonación trangénero que obtuvo sobre el genio y figura de Alberto Fernández no parece estar funcionando para ponerla a salvo de los procesamientos que la tienen acorralada. Ella lo sabe y aparece dispuesta a actuar en consecuencia.

    Ni el apriete a los diputados para que avancen con la cajoneada Reforma Judicial, ni la pretendida creación de un Tribunal de Garantías para intervenir en casos de arbitrariedad, ni la convocatoria a una comisión parlamentaria para evaluar el desempeño de los jueces, ni el feroz destrato propinado a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Nada, nada le estaría garantizando obtener la impunidad de frente a los procesamientos que oscurecen el futuro inmediato de ella y de sus hijos.

    La rendición incondicional a los designios de su genitora que ensayó el Jefe de Estado ante la Asamblea Legislativa plantando una agenda absolutamente divorciada de las necesidades de la gente, hundió para siempre cualquier expectativa de un liderazgo que le sea propio, aun así, no parece haber conformado a la jefa ideológica y espiritual del kirchnerismo.

    Ella quiere más, mucho más. No le basta que la haya “absuelto la historia” según su propia lectura de la realidad, necesita cuanto antes salir de la escena de Comodoro Py.

    Cristina Kirchner no quiere ser indultada, para eso se necesita una condena previa. Lo que supondría admitirse culpable. Tampoco parece cerrarle una amnistía, sería humillante y no le dan los números. Ella quiere ser absuelta de culpa y cargo, en todas y cada una de las causas que la tienen a maltraer. Resguardada en sus fueros, un beneficio del que no dispone su hija Florencia, ensaya otras estratégicas infinitamente más agresivas para escapar del atolladero.

    La exposición de su alegato ante los jueces de la Sala I de la Cámara de Casación Penal se convirtió en un patético show mediático. Una remake de las legendarias cadenas nacionales en las que se regodeaba fustigando a débiles y poderosos con la misma enérgica displicencia. Del empresario o el vapuleado ministro al que le clavó un bonete, al “abuelito amarrete” de cuatro dólares.

    De escaso impacto en las planillas de rating que registraban en vivo el minuto a minuto, la andanada de CFK logró, no obstante, distraer a los medios y analistas de otras cuestiones más urgentes.

    Es probable que la condena a Lázaro Baez y a sus hijos haya soliviantado los ánimos de CFK, no solo porque pone en la pista del “delito precedente” (a todo “lavado de activos” le antecede una tarea criminal relacionada al dinero negro que se necesita limpiar) sino porque encuadrar la situación de los Báez en un caso de “lawfare” significa demoler un eje central del relato exculpatorio. Allá fue el mandadero Parrilli a denunciar racismo judicial. Un mamarracho argumental. Peor el remedio que la enfermedad. El ninguneo gatilló la bronca contenida de los herederos de Lázaro.

    Las declaraciones de Leandro Báez sumaron sobresalto en las inmediaciones del Instituto Patria. El menor de los Baez decidió desmutearse y lejos del sepulcral silencio de su progenitor y temerario, amenaza encender el más escatológico de los ventiladores.

    La elección de la causa de “dólar futuro” para montar toda la artillería implicó también caer en una evidente contradicción.

    El argumento de que las decisiones de política económica no son judiciables y por lo tanto no corresponde evaluarlas con el Código Penal en la mano, no solo resulta insuficiente sino que también echa por tierra la querella criminal que el Presidente de la Nación presentó con toda la furia oficialista, esta misma semana, contra Mauricio Macri y los suyos por la supuesta “administración fraudulenta” y “malversación de los caudales públicos” en relación a los fondos tomados mediante el préstamo del FMI. Un caso que ingresa la tribunales con la pólvora mojada.

    No solo no es cierto que no se puedan cometer delitos cuando se toman decisiones en el ejercicio del poder político. Tampoco hace falta ser un avezado analista para comprender que si el país se perjudicó pagando los contratos del “dólar futuro” a particulares entre los que se encontraban funcionarios macristas, esos contratos fueron dispuestos durante el gobierno K con plena conciencia de los riesgos que se corrían y en el medio de la campaña electoral con un claro objetivo electoralista.

    La catilinaria cristinista de este jueves asimila a los jueces federales con los militares. Una suerte de golpismo del nuevo milenio. Los presenta como un brazo ejecutor del susodicho “lawfare” y como diligentes custodios de los intereses de los “poderes económicos concentrados”. Les atribuye haber contribuido a la llegada de Macri al poder y por lo tanto responsables de todos sus desaciertos.

    Cuando CFK le enrostra a los magistrados no haber sido elegidos como ella, mediante el voto popular, retoma la idea de la Reforma Judicial que no logró imponer en 2013. Lo que propone la Vicepresidente es un rotundo cambio de sistema.

    Cristina califica al Poder Judicial como un sistema “podrido y perverso” y en una parrafada de muy riesgosa interpretación, asimila la corrupción de lo hombres y mujeres de la política al enriquecimiento de los jueces, a los que acusa de no investigarse a sí mismos y ensañarse con el patrimonio de ella y los suyos. Todos revolcados en un mismo lodazal.

    La feroz diatriba que Cristina Fernández descargó contra el Tribunal que la juzga en particular y sobre la Justicia en general da cuenta del absoluto desprecio tiene por la forma republicana de gobierno y por uno de sus principios más básicos: la independencia de los poderes.

    La arremetida que CFK escenificó este jueves contra el Poder Judicial, refrenda en su versión más recargada la línea discursiva que planteó el Presidente en la tradicional presentación acerca “del estado de la Nación” ante la Asamblea Legislativa. Es también un gesto desesperado.

    Violencia verbal, amedrentamiento y amenaza. En su incendiario alegato ante la Cámara de Casación, no sólo desnudó su concepción autoritaria del ejercicio del poder, también dejó a la intemperie sus miedos, vulnerabilidades y contradicciones.

    Queda claro para todos y todas que si salir del berenjenal judicial en el que se encuentra supone acondicionar explosivos sobre las bases del sistema, ella está dispuesta a hacerlo.

    El “vamos por todo” es mucho más que una consigna emblemática para fidelizar a los propios. Es una declaración de principios a la que adscribe CFK dispuesta a pasar a la acción. Cuando ya se controlan el Poder Ejecutivo y el Legislativo, la consigna cobra claro y absoluto sentido y direccionamiento. Todo es todo.

    La semana fue clave en cuanto a la redefinición, no solo del año electoral, sino también de quien detenta efectivamente el ejercicio del poder.

    Agobiado por el impacto del vacuna-gate en la confianza colectiva, Alberto Fernández se resguardo en el núcleo duro K, un sector de la coalición gobernante mayoritario al que no le pasa una bala y, por lo tanto, absolutamente inmune a cualquier cuestionamiento al relato.

    Imposibilitado de sumar respuestas a las demandas de los votantes blandos del oficialismo, las señales del Gobierno y la línea argumental el Jefe de Estado se abroquela y construye poder en torno al kirchnerismo en su versión más radicalizada, un sector en el que el escándalo de las vacunas de privilegio no hizo mella alguna y que ya manifiesta incomodidad con Martín Guzmán.

    Alberto llegó al poder sin construcción propia y al día de hoy no logró acumular voluntades políticas que lo resguarden de la avanzada de CFK. El peronismo residual no logra acercar un centro. Frente al avance de La Cámpora y la postura irreductible de CFK se repliegan para sobrevivir. Los menos ácidos de su entorno hablan, también, de una escasa vocación de poder y carencia de liderazgo.

    La irrupción en escena de Cristina Kirchner supone un irremontable desplazamiento de la figura presidencial. La centralidad política de CFK dinamita los últimos hilitos de ilusión de algunos referentes del peronismo no K que pugnaban por conservar alguna identidad propia en las inmediaciones del oficialismo.

    La gestualidad y el concepto desplegados por el oficialismo tuvo también fuerte impacto en Juntos por el Cambio. Las tensiones internas entre extremos y moderados se aceleraron.

    Fernán Quirós, el retemplado Ministro de Salud de la Ciudad, salió a hablar con crudeza del Plan de Vacunación. Expuso con crudeza y sin perder el tono las fragilidades e inconsistencias de la campaña vacunatoria que marcha a paso lento y confuso. Mal se puede vacunar si no hay vacunas y las pocas que entraron se distribuyeron con criterios demográficos propios de un sistema de coparticipación sin tener en cuenta la altísima proporción de personal de salud y adultos mayores que viven en la Ciudad “tan bella como opulenta y desigual”

    La trifulca que hizo temblar las pantallas en el mediodía de este viernes dando cuenta de las protestas y represión en Formosa tras imponerse el regreso a la fase 1 del aislamiento es solo un anticipo de lo que podría ocurrir a nivel nacional cuando llegue la anunciada segunda ola de COVID al país sin los grupos de riesgo vacunados.

    Promediando la tarde decenas de heridos y detenidos mostraban frente a las cámaras las heridas y las laceraciones provocadas por la decidida represión policial. El feudo de Gildo Insfran en llamas. La oposición clamando en medios y redes por una urgente intervención del Presidente puso otra vez a prueba la dificultad de Alberto Fernández para articular alguna suerte de equilibrio en la coalición que lo llevó a la Rosada pero que no le permite gobernar.

    El clima de confrontación y violencia verbal que se está desplegando desde lo más alto del poder no suma nada bueno en un momento de extrema sensibilidad social. La pobreza, la inflación, el sostenido aumento del precio de los alimentos, la escasez de vacunas, la cotidiana evidencia de que el plan de inmunización marcha de manera lenta, caótica y descontrolada convierten la vida diaria en una pesadilla que los máximos responsables de la conducción del país no parecen estar registrando.

    No solo la paciencia de CFK se está terminando.

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