La historia de un pastor de ovejas
Año 1996 Coranzulí – Jujuy.
Esta fue una de esas coberturas periodísticas que había que hacerla si o si, y en el menor tiempo posible. El hecho había ocurrido en Coranzulí, en pleno altiplano jujeño, a unos 400 kilómetros de la capital salteña, y a 3.980 sobre el nivel del mar.
Ahí, Octavio Suárez, peleó con un puma al que mató de una puñalada, cansado porque el felino le comía sus ovejas. Hasta aquí, por las heridas que presentaba Octavio, todos en el pueblo cuando lo vieron llegar, creyeron que se había caído de la bicicleta. Octavio,recién contó su verdad cuando era asistido por un médico en el Hospital de Abra Pampa (Jujuy).
El martes 26 de marzo de 1996, las radios de Salta daban cuenta de un hecho en el que un hombre había peleado cuerpo a cuerpo con un puma para defender su rebaño. El animal hirió a Octavio Suárez en distintas partes del cuerpo por lo que debió ser trasladado de urgencia en una ambulancia desde Coranzulí hasta Abra Pampa.
No bien se supo en el pueblo que un hombre había peleado con un puma en Coranzulí, una radio FM local le “arrancó” unas pocas palabras a Octavio y estas fueron reproducidas en medios salteños, como en AM-840. El hecho, daba paso para contar una interesante historia y que yo no la tenía que dejar pasar por alto.
El miércoles 27 propongo el tema a mis editores en Buenos Aires, y a estos les interesó la nota y que si la entregaba el viernes, más tardar a la noche, se publicaba el domingo 31.
El viaje hasta Coranzulí no era nada sencillo. Había que salir de Salta a las 4 de la madrugada del jueves. Pasar por Purmamarca, luego cruzar las Salinas Grandes y llegar a Susques, para luego seguir hacia el norte por una ruta provincial (enripiada) hasta Coranzulí y de ahí seguir hasta el Paraje Alto Laguna, distante unos 70 kilómetros más adelante.
En Coranzulí, María (esposa de Octavio) trabaja como cocinera en la escuela del pueblo, donde ella alquila una pieza, y vive con su pequeño hijo Fabio durante todo el tiempo de clases. Madre e hijo, regresan al Paraje Alto Laguna, al finalizar el ciclo lectivo. Cuando Octavio quiere visitar (muy de vez en cuando a María y a Fabio), debe caminar durante un día completo, la distancia que los separa.
El mismo miércoles, por la mañana, en el hospital de Abra Pampa, al pastor le dieronel alta médica después de ser curadas sus heridas. Llegamos a Coranzulí cerca de las 14. Pregunté en un comedor dónde queda Alto Laguna. A una humilde mujer le pregunté por Octavio Suárez, el pastor de ovejas que había peleado con un puma hace unos días. Ella me dice: “vive allá lejos”, señalando el norte.
Sin embargo, el destino quiso que no siguiéramos el viaje. La misma mujer me asegura: “¿Sabe qué? A Octavio lo trajeron este mediodía desde Abra Pampa, y todavía está aquí, porque está esperando que lo venga a buscar la ambulancia desde Susques para llevarlo hasta su casa”.
Fue tocar el cielo con las manos. Y ahí estaba yo, cara a cara con Octavio quien estaba con su hijo Favio (de tal solo 5 años de edad), frente a los platos de fideo con salsa y carne de llama, un manjar bien del lugar.
El hombre, alto, delgado y de manos talladas por el duro trabajo que exige la puna, se asombra al ver que un periodista y un fotógrafo de Clarín, hayan llegado en su búsqueda. Tras las presentaciones, le aclaré a Octavio que teníamos poco tiempo para hablar con él, hacerle fotos y pegarnos la vuelta a Salta para transmitir el material a Buenos Aires.
Entonces acordamos almorzar en el comedor del lugar mientras yo le realizaría la entrevista y cuente su historia. Terminado el almuerzo (muy tierna la carne de llama), José “Pajarito” Figueroa, comenzó a tomarle las fotos.
A las 15, emprendimos el regreso a Salta. En el camino, cruzamos la ambulancia que iba en busca de Octavio: ¡Qué suerte que llegamos a tiempo!, dije por mis adentro.
El viernes, no pude entregar como quedamos el material a los editores. El regreso fue largo y cansador. Hablé con uno de ellos y le dije que el cuerpo central de la nota ya estaba escrito, y que me faltaba un recuadro.
“Que todo el material (incluida las fotos) esté mañana sábado antes de las 10, en la Redacción de Clarín, todo va a estar bien”, me dijo un editor. El material estuvo a las 9 de la mañana. Al mediodía, me confirman que todo se publica “mañana domingo”.
Jesús Rodríguez.
Facsímil Clarín(Foto: José Figueroa)
Buenos Aires; domingo 31marzo de 1996
Lo mató de una puñalada, después que el animal lo atacó por la espalda
La increíble historia del pastor de ovejas que luchó con un puma
Fue en la Puna jujeña – El hombre fue a buscar al puma que había matado a sus ovejas – Pero el animal lo sorprendió – “Uno de los dos tenía que morir. Era él o yo. Y gané”, le dijo a Clarín.
CORANZULÍ, Jujuy – Enviado especial
“Uno de los dos tenía que morir. Era él o yo”, le dijo a Clarín, Octavio Suárez (42), que por tres ovejas que salió a buscar en la montaña, mató de una sola puñalada a un puma macho que lo había atacado por la espalda en Coranzulí, su pueblo natal, en la Puna jujeña.
No es la primera vez que Octavio se topa con un puma. “Con este, ya maté once, aunque con los otros fue a los tiros”, cuenta, mientras se acomoda su sombrero negro.
En Coranzulí (“corazón azul”, a 2.600 kilómetros al noroeste de Buenos Aires), la gente tiene la bronca tan alta como los 3.980 metros de altura en que vive.
Aquí, la caza del león americano está prohibida. “Ponen en peligro la vida de los pastores, pero los pumas están en vías de extinción”, explica Raúl Coria, vocal 1º de la Comisión Municipal.
- La familia
Octavio cuida su majada en el inhóspito paraje Alto Laguna, donde vive en una casita de piedras con techo de paja y barro torteado. Lo acompañan Gapul y Sultán, dos perros de raza desdibujada.
A María (37), su mujer, y Fabio (5), su único hijo, 70 cansadores kilómetros los separan del héroe de la Puna. Ella es cocinera en la escuela 132 de Coranzulí, donde alquila una piecita de adobe por diez pesos al mes.
Si Octavio quiere ir a visitarlos, tiene que caminar casi un día. Cuando terminan las clases, la familia se junta en Alto Laguna y se dedica a cuidar las ovejas y cuatro llamas.
A los Suárez no les importa la soledad de la montaña. Tampoco les molesta tener que cortar la oscuridad con una vela. Pero sí les preocupa el ataque de los pumas. Por algo en la Puna le dicen “el daño”.
Dos semanas atrás, Octavio tenía 110 ovejas. Días antes de la pelea, ya le faltaban cuatro animales. El domingo 17, al volver a controlar, había 103. Enojado, el pastor se emponchó, buscó un cuchillo y, con Gapul y Sultán a sus talones, salió a la montaña.
A una hora de camino, los rastros de sangre le confirmaron que el puma había cazado sus animales y que podría estar al acecho entre las tolas, el pequeño arbusto de los cerros.
“Cerca de una bajada de agua dulce (una vertiente), había mucha paja amontonada, y ahí se perdían las huellas. Abrí el pajonal y estaban las tres ovejas sin las tripas”, relata Octavio (leer En la Puna…)
- Cuerpo a cuerpo
Resignado, decidió volver. Fue entonces cuando los perros pasaron a su lado como escapando de algo.
“Me di vuelta y el puma venía en el aire. Lo único que hice fue agarrarle las manos. Quedó parado en sus patas. No lo solté. Si lo hacía, sé que me mataba, porque era más alto que yo”, relata.
Hombre y animal estuvieron frente a frente por un largo rato. “El rugido era fuerte y yo rogaba no perder la fuerza –prosigue Octavio-. Pero me mordió la mano izquierda y lo solté. Me tiró un zarpazo a la cara que logré esquivar, pero la uña cazadora se me clavó en el pecho y me tocó una costilla.”
Desde ahí, todo fue rápido: “Saco el cuchillo y me tira otro zarpazo a la cara y me lastima, y es ahí cuando lo apuñalo una sola vez en el corazón y lo mato. Era él o yo. Y gané”.
Octavio se hizo un torniquete en el brazo izquierdo y detuvo la hemorragia. El felino le había dejado siete cortes en la mano, una herida del tamaño de una nuez en el pecho, un corte en el pómulo derecho y otro en el labio superior.
Esa noche durmió en el rancho. Al día siguiente emprendió la caminata hacia Coranzulí. “El no dijo nada. Pensé que se había caído de la bicicleta – comenta Raúl Coria-. Lo contó recién cuando fue a atenderse al Hospital de Abra Pampa.”
Jesús Rodríguez
Facsímil Clarín (foto José Figueroa)
En la Puna lo llaman “el daño”
Amparado por el agreste suelo montañoso y escondiéndose entre las tolas, el puma llega hasta las ovejas. Puede llegar a cazar diez, pero sólo comerá una.
En la Puna le dicen “el daño”, ya que –por su lana, su pelo o su carne-, ovejas, cabras y llamas son el principal medio de subsistencia en la Puna. Por eso, cuando “hay daño”, los pastores salen a buscarlo y lo enfrentan con lo que pueden.
Cuando salen a pastar, los rebaños caminan largas distancias en busca de una vega, una vertiente al pie de los cerros, donde crece algo de pasto. Detrás va el pastor, a veces un niño o una niña.
Una noche, Máxima Velázquez (13) salió a buscar cinco cabras. “El michi –del quechua miski, gato, como también llaman al puma-, me apareció de frente. Grité fuerte y él se asustó y se perdió en la oscuridad. Me dio miedo”, confiesa la pastorcita.
A don Ramón (67), una yunta de pumas le comía sus llamas. Un día decidió buscarlos y encontró la madriguera con dos cachorros recién nacidos. Los trajo al pueblo como prueba y ahora van a ser llevados al zoológico de Jujuy.
Doña Pascuala de Siares (54) mató a un puma. La mujer utilizó una táctica del altiplano: molió hojas de chuscho –un arbusto de la zona y con ellas mechó un trozo de carne de llama. La planta adormece al animal. “Cuando le apareció, mi señora lo gritó –cuenta Tiburcio Siares-. El puma se sentó, ella le echó tierra en la cara y le pegó con una piedra varias veces”.
Jesús Rodríguez
Facsímil Clarín: foto José Figueroa)
- “La vida por el rebaño”
“Aquí, la gente da su vida por los rebaños. En todo el departamento Susques –al que pertenece Coranzulí-, solo el 4 por ciento de los 8.700 habitantes tiene trabajo estable. El resto son familias de pastores”, asegura la maestra Noemí Galeán.
Los datos están extraídos de un censo que hizo el año pasado la Prelatura de Humahuaca, del que participó el sacerdote José Ramón, párroco de la iglesia de Abra Pampa, otro de los departamentos de la Puna jujeña. El cierre de las principales minas –Pirquitas y Pan de Azúcar-, y la baja producción de Mina Aguilar, han influido para que haya una aguda desocupación en la zona.
Es notoria la migración de jóvenes hacia ciudades y pueblos como La Quiaca, Abra Pampa y Humahuaca. “En Coranzulí vivimos 350 personas, de las cuales 150 son chicos en edad escolar. Una familia tipo tiene como mínimo cinco hijos”, explica Remigio Soriano (44).
“Mal que mal, si no tenemos comida matamos un cogotudo (la llama macho), y así aguantamos varias semanas comiendo esa carne, charqueada”,cuenta Ramón Puca. Los puneños rara vez sacrifican a una hembra.
Jesús Rodríguez
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Pelea de otro siglo
Sarmiento y el tigre de Facundo
Al hablar de Facundo Quiroga y explicar por qué se lo conocía como El tigre de los llanos, Domingo Faustino Sarmiento dice en su Facundo que el caudillo riojano había matado a “un tigre cebado”.
Sarmiento cuenta la pelea, ubicándola en un sitio desierto entre San Luis y San Juan, explicando que el joven Quiroga había escapado de San Luis por haber matado a un hombre.
“Nuestro prófugo había caminado cosa de seis leguas, cuando creyó bramar el tigre a lo lejos y sus fibras se estremecieron (…). Algunos minutos después, el bramido se oyó más distinto y más cercano; el tigre venía ya sobre el rastro (…) Era preciso apretar el paso, correr (…) Arrojando la montura a un costado del camino, dirigióse el gaucho al árbol que había divisado y, no obstante la debilidad de su tronco, felizmente bastante elevado, pudo trepa a su copa (…). Intentó la fiera dar un salto impotente, dio vuelta en torno del árbol midiendo su altura con ojos enrojecidos por la sed de sangre y al fin, bramando de cólera se acostó en el suelo, batiendo sin cesar la cola, los ojos fijos en su presa, la boca entreabierta y reseca. Esta escena horrible duraba ya dos horas mortales (…) El lugar del desparramo de la montura le reveló el lugar de la escena a sus amigos, y volar a él, desenrollar, y echarlos sobre el tigre empacado y ciego de furor, fue la obra de un segundo. La fiera, estirada a dos lazos, no pudo escapar a las puñaladas rápidas con qué, en venganza de su prolongada agonía, le traspasó el que iba a ser su víctima”.
Fragmento del libro “Facundo” de Domingo Faustino Sarmiento.