Adiós a un reportero gráfico que enseñó a superar cualquier obstáculo para registrar la noticia en imágenes. Un ejemplo de sacrificio y compromiso con la información. Trabajó durante 40 años en Diario El Tribuno.
Hoy nos toca despedir al Petiso Arias. Un fotoperiodista de raza, formado en la escuela de la calle, con un olfato instintivo para la noticia y para el impacto.
Luis Benjamín Arias fue, a lo largo de los cuarenta años de trabajo en El Tribuno, uno de los personajes más conocidos en cualquier acto público que mereciera el calificativo de “noticia”. Llevaba una agenda en la cabeza.
Quienes compartimos coberturas con él teníamos siempre la certeza de que la foto iba a estar. Porque siempre llegaba a tiempo, en el transporte del diario o como fuera. No nos sorprendía si lo habían traído en moto o en un “fitito”, o en un BMW. Todo el mundo lo conocía y él siempre encontraba quien le diera una mano.
Un colega de la redacción recordaba un acto de cierre de campaña en la avenida Independencia. Los cronistas se ubicaron en el escenario y los reporteros gráficos, abajo. La pose clásica. Desde arriba, el redactor observó -con cierta preocupación- que Arias deambulaba detrás de toda la concurrencia. “Iba y venía con cara muy seria. Estaba nervioso. De pronto, lo veo pasar con una enorme escalera. La apoyó en un árbol y sacó la foto que buscaba”, contó el periodista.
En 1987, en una de las sublevaciones de los “carapintadas” contra el gobierno de Raúl Alfonsín, acompañado por un colega, lograron que los dejaran ingresar a la Compañía de Ingenieros de Montaña, en la avenida Arenales. “Nada de fotos”, gruñó el coronel de rostro embetunado.
Encerrados en una oficina apenas iluminada, mientras hablaban con el oficial, él le sacó nueve fotos sin que el interlocutor se diera cuenta. Esa vez, Fogonazo, como le decían, no necesitó flash. El coraje y la pasión son dos valores esenciales de la profesión informativa. Los reporteros gráficos siempre están en la línea de fuego y sufren agresiones absurdas, como si fuera tan difícil comprender que su trabajo es esencial para registrar la historia.
A mediados de 1988, cuando la crisis económica se hacía sentir y el gobierno de Hernán Cornejo comenzaba a mostrar sus flaquezas para conciliar las demandas salariales de los empleados estatales y las estrecheces presupuestarias, una movilización frente a la Legislatura terminó en una represión brutal e indiscriminada que empezó en la puerta de la Casa de los Leones y se extendió a lo largo de Mitre y de Leguizamón. Mientras el cronista corría tratando de llegar al auto del diario, que esperaba a una cuadra, pudo ver a un grupo enardecido que le arrojaba ladrillos. Luis se alejaba corriendo pero, para desesperación de su acompañate, se daba vuelta y los fotografiaba. Y seguía corriendo
En situaciones menos compulsivas, también mostraba su certeza de que “la imagen manda”. Con motivo de un congreso médico, a la llegada de un chárter, logró que lo dejaran entrar a la pista, logró que un centenar de médicos se ubicaran con el avión de fondo. Un maestro de escena para una foto fuera de protocolo.
Era un salteño de estirpe popular. Subir al cerro San Bernardo por la escalera, o por la ladera, una cabalgata por la Yunga para cubrir un accidente, caminar al sol durante horas, viajar en camión o en tractor si hacía falta…
Es la vida del reportero gráfico, el periodista que informa con imágenes.
Muchos principiantes, hoy profesionales consagrados, aprendieron de Luis a “buscar la noticia”. Su trayectoria es también un homenaje a todos los fotógrafos que trabajaron con nosotros desde que Antonio Magna puso su sello en El Tribuno. Luis Benjamín Arias trabajó en el diario desde 1972 hasta 2012.
Para recordarlo siempre, un episodio que sintetiza su personalidad y su carrera: en 1987, con motivo de la visita de Juan Pablo II a Salta, Arias supo que a las 6 de la mañana, el Sumo Pontífice iba a realizar una liturgia reservada a los religiosos en la Catedral Basílica.
Nadie sabe cómo, la noche anterior se escondió en un confesionario y allí durmió. Antes de que la custodia pontificia se diera cuenta, el Petiso ya tenía las fotos que buscaba: el Papa rezando ante el Señor y la Virgen del Milagro. Poco después, un colega lo fotografió a él, a la salida de la calle España, cuando un robusto cardenal lo obligaba a retirarse.
Se fue un amigo. Un profesional inolvidable.
DIARIO EL TRIBUNO