A decir verdad, nada más que la verdad (lo juro), elegí ser periodista, porque alguien vio en mí, condiciones para serlo.
Desde mi niñez, la música era mi destino hasta antes de decidirme a ser periodista. En la música, lo tenía todo, tanto para triunfar como para fracasar. Así, sin términos medios.
Buenos Aires me esperaba junto a otros cinco amigos músicos que, con la esperanza de lograr trascender con un estilo ajeno al folclore salteño, nos íbamos a aventurar a grabar cuarteto, ritmo que tocábamos en Salta en la década de los años ’80.
Un día antes de viajar a Buenos Aires, fue ahí que el periodismo se interpuso en mi camino: “Si te vas, la música se te va a acabar muy pronto y vas a volver a Salta sin nada. Pero si te quedas aquí, con Clarín vas a llegar muy lejos. Pensalo”.
Así me dijo don Antonio Nella Castro, periodista, Corresponsal de Clarín en Salta, prosecretario de redacción de Clarín en Buenos Aires. Escritor, premio Planeta por su novela “El Ratón”, y reconocido poeta a nivel nacional, autor de reconocidas letras, entre otras, la Zamba del Chaguanco, Bajo el zote del Sol, y la Poncho Colorado, esta última dedicada al General Martín Miguel de Güemes.
Además, don Antonio, en sus comienzos en Buenos Aires antes de conocer personalmente al doctor Roberto Noble (fundador de Clarín el 28 de agosto de 1945), fue guionista en la Revista Patoruzú, desde donde el doctor Noble se lo llevó a trabajar en Clarín. De esto no me enteré por terceros, sino por el propio Antonio Nella Castro.
Que me quedase en la Corresponsalía para emprender una larga carrera con las mismas expectativas de triunfar o fracasar como me lo daba la música, me lo pedía nada menos que un hombre de las letras, que vio en mí, un periodista en potencia. Además, don Oscar Nella Castro, hermano menor de don Antonio (también periodista) me dijo tres palabras: “Antonio tiene razón”.
No viajé a grabar cuarteto, pero inicié un viaje sin estaciones, salvo la última donde me tocó bajar, cuando debí dejar de escribir en Clarín, cuarenta años más tarde de haber tomado la decisión de ser periodista, por esas cosas que tiene la vida y que no me arrepiento. Fui distinguido con el “muñequito” de Clarín de oro por mis 20 años en la empresa, y luego con la medalla de oro por mis 25 años en el Grupo Clarín.
Ahora, en tiempo de pandemia del COVID-19, me senté a escribir. Melisa-mi hija-, me incentivó a que lo haga. No para enseñar Periodismo, ni tampoco para ser “el maestro ciruela”, sino para dirigirme a los más jovencitos que aún no tienen decidido ¡¿qué voy a ser cuando sea grande?! Qué pregunta, la del millón (de dudas).
Cómo músico, solía tocar teclados, bajo eléctrico, guitarra y, además, cantaba. Es decir, el zorro pierde el pelo pero no las mañas porque sigo con la pasión musical a cuestas. No me olvidé de ninguna de esas cualidades de tocar un instrumento. A la vez, solía leer diarios, revistas y todo lo que se me cruzaba ante mis ojos. Eso vio en mí don Antonio, que me interesaba estar al día con las noticias.
Con solo doce años de edad, me acerqué a la corresponsalía de Clarín en Salta, a buscar los fines de semana los diarios que venían desde Buenos Aires, y La Gaceta de Tucumán, donde tengo los mejores recuerdos de don Julio César Rodríguez de la Vega, más conocido en Salta por su tarea periodística bajo el seudónimo de “Rovega” quien era el corresponsal de La Gaceta en Salta.
Don Rovega, cuando yo iba a retirar el diario (La Gaceta llegaba primero que La Nación, La Prensa y Clarín), me preguntaba: “¿Qué hay de nuevo en la calle chango?” No sé, le contestaba. Él se reía. Era muy bueno conmigo.
Rovega me conocía porque cuando iba a visitarlo a don Antonio en la Corresponsalía de Clarín, él me veía barriendo la vereda y trayéndoles cafés. Era el cadete, sin serlo, de la Corresponsalía. Pero sí me conocía como un “canillita” más, que le buscaba los diarios a su tío “Paragüita” (José Gabriel Rodríguez), a quien la polio lo había dejado jorobado, y que tenía su kiosco en Mitre y Rivadavia, en diagonal a la Legislatura provincial.
“¡¡¡Che!!! ¿Qué ‘así’ aquí chango?”. Esperando los diarios doctor, le contesté al hombre de una prolija barba candado. Y don Antonio me pregunta: “¿Dónde lo conocés vos al ‘Cuchi’?” y el doctor se anticipa a mi respuesta: “El chango me lleva La Prensa a mi casa” y al “doctor Cuchi” (así yo lo llamaba) se le escapó una carcajada.
Una tarde, don Antonio me pide que vaya hasta la redacción del diario El Intransigente, y en manos propias “entregale esto al Barba”. Don Antonio se refería a don Manuel J. Castilla, quien me pidió que le dijera a don Antonio que “cuando me encuentre con la Catu (su esposa), voy a pasar por su oficina”. Y así fue, al atardecer, don Manuel y su esposa Catu, llegaron a la corresponsalía.
Pero a esta “mesa talentosa”, le falta una pata, la de don José Ríos. Siempre se llegaba para charlar con los otros tres personajes de sus poesías. Un día, llega el doctor Cuchi y a los tres les pide una palabra de cuatro sílabas que encaje en una zamba que estaba escribiendo. No recuerdo esa palabra y menos la zamba. Y a uno de los tres, le salió como anillo al dedo y el doctor Cuchi silbó con beneplácito silbó la melodía con la nueva palabra que él buscaba.
Siendo un chico, y sin tener en cuenta la dimensión cultural de esta gente, aprendí a respetar a los mayores. Por la Corresponsalía se llegaban o hablaban por teléfono personajes como don Ariel Petrocelli y su esposa Isamara (quienes le pusieron música al poema “Llueve en Salta Margarita” que la grabó Horacio Guaraní), Hugo Ovalle, Raúl Aráoz Anzoátegui, Carlos Hugo Aparicio, y a José “Puma” Vasconcelos, este último, en su exilio en la década de los ’70, se hizo amigo de Joan Manuel Serrat, en España, a quien siempre le preguntaba algo nuevo sobre la vida del “Nano”, como lo llama el Puma.
Hoy en día, lo que más valoro, ante todo, es el de haberme codeado en mi adolescencia y mi juventud, con estos monstruos de las letras. De ahí aprendí a tener respeto por la gente mayor. Tal vez sino, una cualidad indispensable que debe tener un periodista, en su trabajo.
¿Cuál es la idea de lo que comencé a escribir? Es la de llegar a transcribir notas que tuvieron trascendencia nacional e internacional, que ocurrieron en Salta, en mi ciudad natal, y en la provincia de Jujuy, y en Italia, hasta donde llegué, quizá, sin habérmelo soñado antes.
Para quienes no tienen una idea de cómo se maneja un periodista, cuento que, en una Redacción, los editores van marcando las coberturas, cuando las agencias noticiosas (como ser Télam, Reuters, Ansa, EFE, Noticias Argentinas y otras), envían cables con noticias del día que ocurren en el mundo, que los diarios, al día siguiente, las publicaban textuales, citando la fuente de la misma y agregando detalles que enriquecen el material.
Así, desde Buenos Aires, se me solicitaba tal o cual cobertura que les había llegado por cable. De esta forma, la cobertura del tema era ampliada.
Hasta que conocí el sabor de la exclusividad, y empecé a buscar yo las noticias y las notas color. Así le cambié el ritmo a mi forma de trabajar. Y siempre consultándolo a don Oscar Nella Castro quien había quedado a cargo de toda la distribución de los medios editados por el Grupo Clarín. Y fue él quien me aconsejó: “Cabezón (así me decía). Un periodista no debe menospreciar lo que intuye”. Ese fue mi norte para meterme a fondo en esta actividad.
Y cuando se publicaba una nota exclusiva sobre un hecho o investigación periodística sucedida en Salta, dos colegas como “el turco” Héctor Alí”, y Sergio Poma, destacaban desde sus programas de radio, lo publicado por el Corresponsal de Clarín.
Jesús Rodríguez – Héctor “turco” Alí – Sergio Poma
Cada nota que transcribo en este material (no quiero llamarlo libro), es un capítulo. Al 1º de junio de 2020 (cumpleaños 19 de mi sobrino Facundo), llevo 39 capítulos que comencé a escribirlos hace dos semanas atrás.
A cada capítulo le antecede un relato de cómo llegué a conseguir cada nota. En su mayoría, fueron exclusivas. Al fallecer don Antonio Nella Castro, el 22 de julio de 1989, hubo varias plumas importantes que se postularon al cargo que dejaba vacante don Antonio.
Hasta ahí, yo sólo tenía el cargo efectivo de administrativo en Clarín, pero se me pagaba por caja chica un adicional por mis colaboraciones periodísticas, en la sección Deportes y Policiales, como cronista volante.
Tal es así, que el sábado 8 de agosto de 1987, se me publica una nota titulada “Cocaína líquida impregnada en ropas”, que fue título de tapa de esa edición de Clarín. Y después vinieron muchas más, sin contar las publicaciones por los torneos Regionales y Nacionales de fútbol.
Es decir, desde Buenos Aires, al fallecer don Antonio Nella Castro, se me encargó que esté atento a lo que pase en Salta, hasta tanto se resuelva quién iba a ocupar el cargo de Corresponsal. Fue una responsabilidad inesperada. Y la cumplí, esperando a mi nuevo jefe.
Pero en 1990, el rumor sobre la llegada del cólera al norte argentino, me llevó a trabajar con todo en el tema. Así fue que, en el transcurso del año 1991, desde Buenos Aires, me llegó la notificación donde me nombraban Corresponsal – Agente, en Salta y Coordinador Jujuy. En Jujuy, cubrí todas las manifestaciones de empleados estatales y el “nacimiento” de Carlos ‘El Perro’ Santillán, a nivel nacional.
Sin embargo, mi nombramiento no cayó bien en el ambiente periodístico local. Había quienes decían, despectivamente que,“¿cómo el negrito éste puede ser el corresponsal de Clarín, y reemplazar a Antonio Nella Castro?” Ni yo esperaba semejante nombramiento. Y así fue. Nunca bajé los brazos.
Entonces, si tú que tienes que decidir ahora qué quiero ser cuando sea grande, al llegar al último de todos los capítulos (que tiene la intensión de orientarte), vas a poder vislumbrar una luz al final de túnel.
Jesús Rodríguez