El retorno de CFK y la debilidad de Milei. Por Julio Bárbaro

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    La reaparición de la ex presidenta en la arena política nos ofrece optar entre el fracaso presente y el fracaso anterior, entre dos extremos de la grieta

    El político y ensayista, fundador de la corriente Izquierda Nacional, Abelardo Ramos, solía referirse a sus distintas juventudes, que tenía enumeradas en una lúcida categorización de las distintas etapas de la vida. En mi tercera juventud, podría decir, conocí a Néstor y Cristina Kirchner y sostuve con ellos una relación intensa. Apoyé la candidatura de Néstor, siendo miembro fundador del Grupo Calafate y formé parte de su gobierno al frente del entonces COMFER.

    Luego, las disidencias crecieron, dejé mi función y me alejé del kirchnerismo definitivamente. Con Cristina discutí mucho sobre el pensamiento del General Perón, etapa que para ellos carecía de importancia, tanto por desconocimiento como por la fuerza de su pragmatismo. Nunca quiso a Perón, ni lo leyó ni intentó comprenderlo. Juntos fuimos al Congreso el día que asumió la presidencia Eduardo Duhalde, difícil olvidar sus comentarios.

    Con todo, los Kirchner fueron mejores que Menem o, al menos, no llegaron a su desmesurado nivel de destrucción nacional. Pero no intentaron recuperar las industrias ni tuvieron siquiera conciencia del lugar imprescindible de una burguesía industrial. Cristina eligió a Boudou, a Scioli, a Fernández, todos individuos seleccionados por su distinto nivel de obediencia, cuando no, de obsecuencia. Apenas asumió, Néstor cambió la relación que tenía conmigo, no soportaba a los disidentes, aunque era sin duda mucho más flexible que Cristina. Cómo olvidar la importancia del papel que jugaron ambos en la privatización de YPF, una de las mayores traiciones a nuestra vocación de patria. Tampoco aceptaron siquiera saludar al entonces Cardenal Bergoglio, y luego de varios intentos fallidos solicitados por el prelado, terminé diciéndole a Néstor: “Vos no querés dialogar con nadie a quien no puedas dominar”.

    En Córdoba, donde ese virus no ingresó, se sigue gobernando en nombre del peronismo. Cristina perdió en Santa Cruz y nos borró como gobierno de varias provincias. Su retorno actual a la escena política es una respuesta a la debilidad de Milei. La imagen que nos ofrecen es la de optar entre el fracaso presente y el fracaso anterior, entre dos extremos de la grieta, del autoritarismo, del sectarismo, del rencor mezclado con la mediocridad. Estoy convencido de que Milei expresa una irremediable degradación de nuestra dirigencia y que su triunfo en las urnas es fruto de los años de desventura y decepción generados tanto por el kirchnerismo como por el macrismo.

    Los Kirchner eligieron los Derechos Humanos para ponerlos por encima de los derechos sociales, clara elección de clase media para separarse de la clase baja. El kirchnerismo eligió el pasado de la guerrilla por encima de las luchas obreras, lo que termina definiendo un mundo donde la violencia tuvo más importancia que el votante. Es cierto que Cristina tiene su caudal de seguidores, pero también lo es que quienes no la toleran duplican holgadamente ese número. Nunca quiso sentirse peronista y ahora intenta presidir el Partido, una cáscara hueca en la que seguirá imponiendo su discurso autoritario e incapaz de receptar pensamiento alguno ligado a las que percibe como excesivas exigencias éticas. La reaparición de Cristina es para muchos de nosotros una lamentable noticia, no porque esperemos que el Partido contenga un proyecto de futuro ni un digno recuerdo del pasado, sino porque con su presencia dejará de ser esa cáscara vacía para convertirse en un instrumento más que contribuya a la división de los argentinos. La estabilidad monetaria que el actual Presidente ambiciona o la justicia social que la ex presidenta ignora deben ser el resultado de un encuentro que nos devuelva el destino colectivo cuya esencia dista mucho de acercarse a ninguno de los resentimientos en juego. Recuperar la moneda no puede estar por encima de la producción y el trabajo; recuperar al peronismo no puede estar en manos de quienes nunca creyeron en él.

    El pasado jueves 17 de octubre, el peronismo conmemoró su fecha clave en forma atomizada. Cristina, en un acto universitario y La Cámpora, en la Federación de Box, lugar pequeño al que suelen concurrir los grupos políticos nacientes o los que se despiden. Por su parte, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, dejó la impresión de no querer confrontar con Cristina, con lo cual puso un límite a su propio despliegue, además de recibir durísimos reproches. Cuando Néstor se impone, lo hace contra un Menem que tiene el doble de rechazo que, de aprobación, es decir que su situación era similar a la de Cristina hoy, lo cual no es tomado en cuenta. Triste conmemoración, fracturada y sin ideas.

    Por lo demás, resultan llamativos los gestos de Victoria Villarruel: visita al Papa y reivindica a Isabel Perón, una Isabel que no fue exitosa en su gobierno -vaya si lo sabremos- aunque se mantuvo digna en su retirada, dignidad que -mutatis mutandis- hoy no se atreve a asumir Cristina Kirchner. Victoria Villarruel se ubica en el lugar antagónico al de su presidente. Recupera el patriotismo y la identidad, confrontando a la par con La Cámpora y con Milei. Parece querer ocupar el lugar del centro, lo que no quiere decir que lo logre. Está claro que lo intenta, siempre y cuando comprenda que no se ocupa ese espacio reivindicando a la represión ni a aquellos que la ejercieron, fueron juzgados y cumplen su condena ni pretendiendo un juicio a guerrilleros que fueron condenados (caso Firmenich) para ser prontamente indultados por Menem y en muchos casos, llevados a ocupar cargos en su gobierno. Sí, Menem, a quien este gobierno tanto admira y a muchos de cuyos colaboradores integró dándoles un lugar preponderante. Veamos la historia y dejemos el pasado donde está si efectivamente buscamos una concertación. De lo contrario, los gestos de Villarruel serán vacíos.

    Aunque en nuestra sociedad la política esté en crisis, esa esencia de lo colectivo que el egoísmo fue dejando de lado para terminar en manos de los economistas del sector más distante de la solidaridad y del humanismo, procuremos volver a ella, pero en serio, no con pequeñeces, como única salida.

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