No vivimos una crisis, sino una decadencia. Por Julio Barbaro

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    En las próximas elecciones surgirán candidatos con voluntad de estadistas, saldremos de la pequeñez de los economistas y volverá la mirada de los políticos.

    El presidente de la Cámara Argentina de la Construcción (Camarco), Gustavo Weiss, dice ver signos de rebote económico. Según él, se venden más autos y más motos, pese a que para su sector, “el 2024 está irremediablemente perdido” porque no cree que haya ninguna reactivación este año. Seguramente, para Weiss, será secundario que se venda menos leche, menos carne, menos alimentos, menos medicamentos en la forma inusitada y brutal en que esta calamidad ocurre. ¿No será que el rebote es, como suele suceder, el de los de arriba parasitando la miseria del resto de la sociedad?

    El presidente Milei se autopercibe en el mismo nivel que Donald Trump, como una personalidad política digna de admiración y respeto en el mundo entero al que va a darle lecciones en contra de la Agenda 2030 y el comunismo europeo, cuando en rigor, da pruebas permanentes de lo peor de lo humano.

    Jorge Fernández Díaz, interesante escritor y periodista, lo definió como el portador de los peores defectos de Menem y de los Kirchner. Le sobran autoritarismo y voluntad de autocracia, de las que da pruebas permanentes con la valiosa colaboración de su entorno y de su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, al reprimir a jubilados y atacar a la prensa, a los disidentes, a los científicos, a los artistas, a los intelectuales o a cualquiera que, teniendo una sólida formación, no comulgue con su curioso y perverso ideario libertario, con su discurso plagado de falacias que su histriónica gestualidad refrenda cerrando los ojos al pronunciar cada una de sus mentiras cotidianas.

    Entretanto, en Europa y Estados Unidos, por ejemplo, los Estados expresan a la totalidad de sus sociedades, con el proteccionismo necesario de un capitalismo que fomenta la producción y el desarrollo. En cambio, entre nosotros, triunfa el egoísmo de industriales suplantados por intermediarios, en una sociedad donde la miseria lleva cuarenta años de historia.

    Es que no vivimos una crisis, sino una decadencia causada por las economías liberales sui generis, que se inician con Celestino Rodrigo, continúan con la última dictadura militar, se exasperan con los Menem y no desaparecen con los Kirchner. Desde que la Ley de Entidades Financieras impuso a la renta por sobre la producción, los gobiernos dieron lugar a desocupación y miseria sin conciencia moral alguna.

    El único en intentar otra salida fue Raúl Alfonsín. El resto, todos supuestos liberales, desde Menem a De la Rua y su celebérrima Alianza, fracasó, y más allá del disfraz estatista de los Kirchner, solo creció la decadencia.

    Es bueno reiterar que las privatizaciones de las empresas que dan pérdida cuestiona la esencia misma del capitalismo, al permitir, con la pretensión de evitar la corruptela estatal, la instalación de una legal corrupción privatista. Tenemos claros ejemplos en telefonía, electricidad, gas, ferrocarriles desde el gobierno de Carlos Saúl Menem, tan admirado por Milei y muchos de cuyos colaboradores prestan servicios, halagados por tal distinción, en el grotesco gobierno actual.

    Sin embargo, lentamente, el Parlamento se va tornando opositor, las leyes exigen el veto, y la esperanza de algo nuevo se diluye en el ejercicio de lo peor del pasado. Los próximos comicios mostrarán la pobreza de adhesiones a este provocador carente de ideas y de estatura moral para ocupar el lugar de primer mandatario, más allá del enorme apoyo que recibe del patético personaje que lo precedió en la función. En las próximas elecciones, surgirán candidatos con voluntad de estadistas, saldremos de la pequeñez de los economistas y volverá la mirada de los políticos. Sólo aquellos que se diferencien del presente podrán ser parte de quienes nos devuelvan el futuro.

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