De la victoria al fracaso, en un solo día. Joaquín Morales Solá

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    ¿En el Congreso faltó moderación o eficacia? ¿Fue malicia opositora o ineficacia propia?

    n el mismo momento en que se conocía la muerte injusta y prematura de Sebastián Piñera, expresidente chileno, político y empresario con una vasta curiosidad intelectual, en Buenos Aires otro líder liberal (libertario en este caso), Javier Milei, se alzaba en el Congreso primero con una victoria y luego con un fracaso.

    La victoria consistió en la aprobación de la emergencia económica y gran parte de las facultades delegadas del Congreso al Presidente. El fracaso se cifró en que la sesión de Diputados no pudo progresar más allá de los primeros artículos hasta que todos coincidieron en que el proyecto debía volver a comisión. Seamos sinceros: volvió al principio, como si nada hubiera ocurrido en este mes de incansable tratamiento parlamentario. Es la consecuencia de haber enviado todo el paquete en un solo paquete. Un gobierno más moderado se hubiera alzado ayer con facultades extraordinarias suficientes para hacer reformas profundas en el país. ¿Faltó moderación o faltó eficacia? Se votaron solo seis artículos; hubo 20 votaciones, de las cuales el gobierno ganó 12 y perdió ocho. Con la última derrota comenzó el colapso. Es obvio que a la administración libertaria le está faltando ajustar la puntería de su aptitud. Tuvo un triunfo al alcance de la mano, pero se le escapó por gula más que por necesidad de comer.

    A la emergencia económica y a las facultades delegadas que ya había logrado debía sumársele a un clima más indulgente que el del año pasado. Las lluvias, en efecto, podrían ser más benévolas con la producción agropecuaria y permitirían un ingreso este año de unos 25.000 millones de dólares adicionales. Con ese manojo de cosas era probable que el Presidente no hubiera necesitado volver al Congreso por un rato largo. Pero todo se derrumbó cuando a emergencias y facultades extraordinarias se le sumó también el capítulo de las empresas públicas que deben ser privatizadas.

    ¿Por qué no tuvieron estas un tratamiento aparte? Encima, si todo hubiera sido aprobado por la Cámara de Diputados, habría faltado todavía la aprobación del Senado para cumplir con el sistema legislativo bicameral de la Argentina. Es conveniente aclarar esto porque hay países (España entre ellos), donde el Senado es una cámara revisora de muy pocos temas. La diferencia es que en esos países gobierna un sistema parlamentario, mientras aquí rige un sistema presidencialista, que concentra casi todo el poder en la figura del Presidente, aunque el Congreso tiene dos cámaras con iguales facultades. Los constituyentes de 1994 intentaron atenuar el poder presidencial e incorporaron a la Constitución, por ejemplo, los decretos de necesidad y urgencia. Nadie imaginaba entonces que una década más tarde gobernaría el kirchnerismo, y que haría de las suyas metiéndose de mala manera con los rasgos de modernidad política que le agregaron a la Constitución los constituyentes del 94. Así las cosas, la entonces senadora Cristina Kirchner escribió en 2006 una ley reglamentaria del artículo de la Constitución referido a los DNU que terminaron por darle al Presidente más poder que el que tenía antes. Sucedió lo mismo con la creación de Cristina Kirchner sobre el Consejo de la Magistratura, ley reglamentaria que la actual Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucional.

    Antes de que se cayera la reunión parlamentaria de este martes, el gobierno de Milei había cedido varias facultades delegadas que pretendía tener. El gobernador de Córdoba, Martín Llaryora, era el mandatario -y el político- más decidido a combatir las facultades delegadas y las privatizaciones si las provincias no coparticipaban el impuesto PAIS. Llaryora tiene razón cuando se queja de que el gobierno nacional lo desautorizó de la peor manera. Sucede que durante una reunión de los gobernadores no kirchneristas con el ministro del Interior, Guillermo Francos, el lunes 29 de enero, se mencionó la posibilidad de que las provincias coparticipen el impuesto PAIS, que se cobra a los que compran en dólares con tarjetas de crédito. Un impuesto del anterior gobierno. Fue una de las tantas maneras del dueto Alberto Fernández-Sergio Massa de desalentar los viajes al exterior de los argentinos. Pocos argentinos hacen viajes tan largos al exterior como el que está realizando Alberto Fernández en España, hacia donde viajó antes de las fiestas de fines del año pasado. Los kirchneristas se sienten un linaje especial de la sociedad, con privilegios igualmente especiales frente al resto de los argentinos. El ejemplo es, para ellos, una sensiblería propia de burgueses apegados a las meras formas. Es mejor darse todos los gustos en vida. Javier Milei desmintió luego que esa conversación de los gobernadores con Francos sobre la coparticipación del impuesto PAIS haya existido; fue uno de esos momentos que Francos prefiere dejar en una página olvidada de la historia.

    Llaryora no se olvidó, y amenazó con que sus diputados se unirían al kirchnerismo para echarle tierra a los principales artículos de la ley que trata la Cámara de Diputados. El gobernador cordobés advirtió a tiempo que debilitar a Milei en compañía del kirchnerismo le significaría un alto precio político en su provincia, la más consecuente en su militancia antikirchnerista. Finalmente, tanto Llaryora como otros gobernadores no kirchneristas (hablan de la participación especial del mandatario de Entre Ríos, Rogelio Frigerio) aceptaron la propuesta de Francos de tratar en tiempos próximos una ley especial sobre los impuestos coparticipables. El impuesto PAIS es transitorio porque es inherente al cepo al dólar; el día que se levante ese cepo, el impuesto habrá muerto naturalmente. Es el Gobierno el que tiene razón con ese argumento. De esa manera, Milei pudo conseguir la aprobación de emergencia económica y de las facultades delegadas, aunque le habían sacado algunas de estas que no hacían al núcleo central del poder extraordinario que hubiera tenido el Presidente. Pero las privatizaciones desnaturalizaron todas las intenciones buenas de la política. ¿No las conversaron antes? ¿Por qué fueron tan tranquilos a un recinto de asombros? ¿O, más bien, por qué fueron decididos a morir si no era necesario entregar la vida?

    En rigor, el gobierno de Milei se propone mandar al Congreso en algún momento no lejano profundas reformas tributaria y previsional, según anticipan importantes fuentes del oficialismo; algunas de esas reformas (no todas) podría haberlas hecho con las facultades delegadas. Inclusive, el Congreso lo había obligado al Presidente, antes del colapso de la sesión, a aceptar que debía hacer un informe mensual a los legisladores sobre el uso de las facultades delegadas. Esto nunca se dio durante los gobiernos kirchneristas, y todas las administraciones lideradas por los Kirchner o por Alberto Fernández tuvieron esas facultades. Alberto Fernández llegó a congelar el salario de los jubilados, haciendo uso y abuso de tales facultades, y a crear una fórmula de aumentos previsionales mucho más egoísta que la que existía desde tiempos de Mauricio Macri. A Macri le tiraron 14 toneladas de piedras en la plaza del Congreso; Alberto Fernández no tuvo ni un documento en contra. Son los prejuicios de las ideologías, que condenan o perdonan en nombre del pensamiento.

    El Gobierno había cedido también en el tiempo de las facultades delegadas; las consiguió por un año prorrogable por otro año más. El proyecto original establecía exactamente el doble de tiempo para la vigencia de tales facultades. Esas concesiones lo llevaron al Presidente a decir el fin de semana último, pocas horas antes de emprender el viaje a Israel e Italia, que sus opositores (los dialoguistas, desde ya) le “corren el arco todo el tiempo” y a adelantar que no haría más concesiones. ¿Por qué no se conformó con la emergencia económica y las facultades delegadas? La emergencia la permite al Gobierno hacer por decreto muchas cosas que comúnmente deben pasar por el Congreso.

    En 2002, el entonces presidente Eduardo Duhalde cambió el sistema económico (tiró abajo la convertibilidad de Domingo Cavallo) solo con un decreto al que lo habilitaba una ley de emergencia económica. Carlos Menem decidió por decreto la mayor desregulación de la economía que se recuerde; también lo autorizaba una emergencia económica. Y Raúl Alfonsín creó una moneda nueva, el austral, mediante un simple decreto. A Milei le cuesta todo mucho más porque tiene una enorme debilidad parlamentaria, pero había conseguido mucho más que lo que cualquier podía pronosticar antes de abrupto final. ¿Fue la malicia de sus opositores o es la ineficacia propia? Una conspiración opositora es inverosímil; sencillamente, un complot necesita de una oposición organizada, cosa que a todas luces no existe. Estamos frente al espectáculo de un gobierno caminando a los tropezones frente a una oposición fragmentada y contradictoria.

    Los políticos deberían saber conversar, negociar, ceder y cumplir sus compromisos. Piñera, doctor en Economía en Harvard, ese líder chileno que ayer chocó sorpresivamente con la finitud, era el ejemplo de un político ortodoxo, con claras ideas de centroderecha, pero dispuesto a conversar con propios y extraños. Cuando era presidente de Chile, siempre pasaba por la casa de su antecesora, la socialista Michelle Bachelet, en busca de algún consejo. Amigo personal de Macri, pudo enhebrar una buena relación personal con Cristina Kirchner cuando ambos convivieron como jefes de Estado de sus países. “Sebastián”, lo llamaba Cristina con ese tuteo confianzudo tan propio de ella. Piñera le decía “Cristina”. Algunas veces, Piñera se ofreció como mediador entre Cristina Kirchner y Macri, cuando ella era presidenta y Macri era jefe del gobierno capitalino. Intercedió, conversó, no se resignó al fracaso, y sondeó una y otra vez fórmulas diversas de acuerdos entre esos viejos rivales. Nunca consiguió acercarlos. La política argentina pertenece a un territorio de guerras que nunca acaban.

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