Sergio Nazario ex secretario de Seguridad de Romero, implicado en la desaparición de los padres de Wado de Pedro

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Un gendarme retirado reveló qué hicieron los genocidas con el cuerpo de Lucila Révora y vinculo a Sergio Nazario conocido como el “comandante Estévez” que hoy está siendo juzgado.

Sergio Nazario fue denunciado por su participación en las desapariciones de Lucila Révora y del dirigente peronista Carlos Fassano, la madre y padrastro de Wado de Pedro quienes fueron secuestrados en octubre de 1.978 en un operativo militar que motivó una pelea interna entre los represores.

FM Noticias ya había señalado a Sergio Raúl Nazario, alias ‘el Comandante Estévez’, como un ex miembro del grupo de tareas del centro clandestino de detención El Olimpo durante la última dictadura militar. Había encontrado lugar en una de las últimas madrigueras de Alfredo Yabrán y allí, por la relación que el ex gobernador Juan Carlos Romero mantenía con él, fue absorbido por el grupo Horizontes S.A. para pasar a desempeñarse como jefe de Seguridad del Diario El Tribuno. Juan Carlos Romero nombró Nazario creando el cargo de Secretario de Protección a la Comunidad, más tarde Secretario de Seguridad de la Provincia de Salta. Ya en funciones el torturador fue reconocido por el ex gendarme Omar Torres

La Justicia ya había confirmado que Lucila Révora y su pareja Carlos Fassano fueron asesinados en 1978 en un operativo de la dictadura conocido como la Masacre de la calle Belén. Ahora, el testimonio del gendarme retirado Omar Torres permitió saber que el cadáver de Révora fue incinerado en el centro clandestino el Olimpo. El ministro del Interior conoció en las últimas horas la información.

El primer juicio de lesa humanidad que se llevó a cabo por los crímenes del circuito represivo que integraron los centros clandestinos Atlético, Banco y Olimpo sirvió, entre otras tantas cosas, para sumar un grado más de verdad a la historia de Eduardo “Wado” de Pedro. En diciembre de 2010, y tras el análisis de testimonios de varios sobrevivientes de la última dictadura cívico militar, el Tribunal Oral Federal 2 confirmó que la mamá del ministro del Interior, Lucila Révora, fue asesinada en 1978 en el inmenso operativo que rodeó la casa en la que vivía con él y con su pareja, Carlos Fassano, el papá del bebé que estaba a punto de parir. Ahora, el quinto juicio que se lleva a cabo por esos hechos produjo otro dato más que podría ayudar a responder a esa gran incógnita que acompaña a cada familiar de desaparecidos: ¿dónde están? Un gendarme retirado declaró que el cuerpo de Lucila fue incinerado en el centro clandestino, dentro de un tanque de aceite.

“A Lucila Révora la quemaron en el Olimpo, en un tacho de 200 litros. Le pusieron una cubierta, gasoil y la quemaron ahí adentro. Estaba embarazada de seis o siete meses”, dijo Omar Eduardo Torres ante el TOF 2. Sobre Fassano, dijo que la patota se lo llevó a la Escuela de Oficiales de Gendarmería de Ciudad Evita, donde lo incineraron también. Wado De Pedro, que tras aquel operativo asesino fue apropiado durante algunos meses antes de que su familia lo rescatara, se enteró este martes de los datos que el gendarme, con su testimonio, sumó a su historia. El ministro aún analiza las revelaciones y prefiere no hacer declaraciones por el momento, según se informó a Página/12.

El testigo

No es la primera vez que Torres declara sobre las violaciones a los derechos humanos que conoció durante la última dictadura. De hecho, se acercó a la Conadep en 1984, dos años después de pedir su retiro, y fue testigo en el Juicio a las Juntas.

En la década de los 70 y hasta 1982, Torres integró el Destacamento Móvil 1 de Gendarmería, por entonces asentado en Campo de Mayo. Sus superiores lo enviaron a cumplir tareas “en la lucha contra la subversión” en Tucumán, entre 1976 y 1977; a custodiar los estadios de River y Vélez Sarsfield en el marco del Mundial 78; y al Olimpo apenas fue inaugurado como centro clandestino de detención. Tanto en el Juicio a las Juntas como en declaraciones posteriores, Torres mencionó a represores del Ejército, fuerzas policiales y Gendarmería, algunos con nombre y apellido, otros con sobrenombres. En algunas ocasiones, su testimonio fue territorio de discusión por la posibilidad de que pasara a ser investigado por su participación en los crímenes que denunció.

Nunca hasta ahora había aportado información sobre el destino de los restos de Révora, la mamá del ministro De Pedro. La revelación fue transmitida en vivo por los medios comunitarios La Retaguardia y FM Radio Presente, que difunden los juicios por crímenes del terrorismo de Estado.

La patota

El más reciente testimonio de Torres fue el pasado 17 de mayo y duró más de dos horas. Lo solicitaron la Fiscalía, las querellas y algunas defensas. Consultado por la fiscalía, a cargo de Alejandro Alagia y Berenice Timpanaro, contó que tras el Mundial 78 fueron sus superiores en el Destacamento Móvil 1 de Gendarmería quienes les ordenaron a él y a unos 60 gendarmes una nueva misión en “un galpón de Lacarra y Ramón Falcón, en Floresta”. Entre los superiores mencionó a Hugo Medina, uno de los acusados en el juicio, quien entonces era segundo jefe del Destacamento.

En el Olimpo, los gendarmes como él, dijo, hacían guardias internas, custodiando a los detenidos clandestinos, y externas. La fiscal Timpanaro le consultó si conocía a Miguel Lugo, uno de los gendarmes retirados acusados. Torres asintió y sumó a Sergio Nazario, otro excompañero de fuerza que integra el banquillo de los acusados. A ellos y al tercer gendarme procesado en el juicio, Miguel Pepe, los ubicó dentro del Olimpo, haciendo guardias, y fuera, participando de operativos en el marco de su vínculo con el Batallón de Inteligencia 601. A Nazario, por ejemplo, lo ubicó en el que la mamá de De Pedro y su pareja fueron asesinados y el ministro, apropiado.

El operativo en el que fuerzas represivas del Ejército, la Gendarmería y la Policía Federal atacaron a Lucila Révora y a Carlos Fassano se conoce como “Masacre de la calle Belén”. El 11 de octubre de 1978, en la tarde, efectivos rodearon la casa en la que ambos vivían con el hijo que Lucila había tenido con Enrique De Pedro, militante de la Juventud Universitaria Peronista, trabajador judicial, integrante de Montoneros y secuestrado a mediados de 1977. Wado o “Pichi”, como le decía su mamá, tenía casi dos años.

Cuando notó que la casa estaba rodeada, Lucila, embarazada de 8 meses y medio, llevó a Wado hasta el baño, lo metió en la bañadera y se quedó con él. Ahí resultó herida con las balas que, de no haber estado ella, habrían impactado en su hijito. Un vecino declaró que la casa había quedado como si “hubiera tenido varicela” por la cantidad de marcas de bala impresas en la fachada.

La patota buscaba dentro de la vivienda un botín de 150 mil dólares. Uno de los represores, el policía Federico Covino, alias “Siri”, murió al explotar una granada que provino de la propia patota. Otros represores –Juan Carlos Avena y Enrique Del Pino– resultaron heridos. De allí se llevaron una “valija de cuero llena de billetes de 100 dólares”, contó Torres en su testimonio; y los cuerpos sin vida de la pareja de militantes montoneros fueron trasladados al Olimpo. A Wado lo dejaron con un vecino, pero por la noche lo fueron a buscar. Estuvo apropiado hasta principios de 1979, cuando su familia materna logró contactarlo.

El juez Jorge Gorini le preguntó si supo qué pasó después del operativo. Torres contó que Nazario organizó la desaparición de los restos: a Fassano en un “asado” en Ciudad Evita y a Révora en el centro clandestino. Mencionó también que, de ese episodio en el que introdujeron su cuerpo en un tanque para deshacerse de él, participó el “Comisario Rosa”, en relación a Roberto Rosa, ya condenado en tramos previos de la causa ABO. Cuando el juez le consultó cómo supo de todo esto, Torres insistió en que fue porque estaba de guardia: “Todos los que estuvimos de guardia esa noche lo vimos”.

Una pieza más en la verdad

En el primer debate que se llevó a cabo sobre los crímenes de Circuito ABO, varios testimonios hablaron de este operativo y sus consecuencias. Sobrevivientes del centro clandestino que funcionó en un predio perteneciente a la División Automotores de la Policía Federal, en Floresta, testimoniaron haber visto los cuerpos de Révora y de Fassano en el piso de la enfermería del lugar, cubiertos con una sábana.

Algunes notaron que era ella por la panza. Otres, como Isabel Cerruti, le vio “la cara a Lucila”. Mario Villani habló de incineramientos en tambores. “Que a uno de los dos lo quemaron en los tachos de aceite”, recogió de su testimonio el TOF 2 en los fundamentos de la sentencia de 2010, cuando condenó a los genocidas Juan Carlos Avena y Enrique Del Pino, Carlos Alberto Roque Tepedino y Mario Alberto Gómez Arenas, por los homicidios de la pareja. Tepedino y Arenas, además, fueron hallados responsables de la sustracción de Wado.

Entonces, el sendero que abrió Villani no se continuó investigando: el destino de sus restos. Durante un tiempo pesó el dato que habría aportado un capitán de fragata retirado, Carlos de Bento, quien mencionó que a Lucila la habían asesinado en un vuelo de la muerte, pero esto fue años antes de que quedara confirmado que ella y Fassano murieron durante el operativo.

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