Nada es lo que parece. Por Jorge Grispo

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    La persistencia de lo provisorio es el peor problema de un gobierno donde lo urgente queda postergado por la interna.

    Una película pochoclera para explicar una parte de lo que nos está pasando. Now You See Me (Los ilusionistas: Nada es lo que parece) dirigida por Louis Leterrier en 2013. Cuatro magos se unen por iniciativa de un benefactor misterioso y, un año más tarde, se presentan como “Los Cuatro Jinetes”. Al final de su actuación solicitan a un espectador que les ayude en su siguiente truco: el hombre es aparentemente teletransportado a un banco en París, donde se activa un conducto de aire que aspira el dinero y lo dispersa sobre la multitud que presencia el espectáculo en vivo. Todo parecido con el reparto populista de fondos del Estado no es pura casualidad, por eso estamos como estamos.

    Es claro que el altísimo índice de inflación que se dio a conocer esta semana fue un duro golpe para el Presidente. Tanto que sirve como justificación de las cada vez más feroces críticas que viene sufriendo de su propio sector político, muchas sustentadas en la falta de expectativas que normalicen la economía, recuperen el salario real de los trabajadores, y por sobre todo, le permita llegar al raído Frente de Todos (peleados con todos) de manera digna a las elecciones 2023. A La Cámpora, además, le genera un problema muy grave en el control del territorio que se disputa palmo a palmo con los intendentes del empobrecido conurbano bonaerense, donde las críticas ya se empiezan a escuchar cada vez más fuerte.

    La inflación y las políticas económicas necesarias para contenerlas no cuajan con la visión de Cristina Kirchner, el Instituto Patria y La Cámpora, generando las fuertes fricciones que ya todos conocemos entre el dúo Pimpinela de la política nacional y popular. Actualmente tanto el dólar como los cepos y las tarifas de los servicios públicos van a contramano del acuerdo con el FMI que supone la paulatina liberación de los precios, lo cual va a generar una mayor inflación a la que ya tenemos. Con ese escenario por delante, resulta impensado llegar a 2023 con alguna chance, algo que CFK entiende a la perfección. Y esto es lo que la Vicepresidenta no quiere, dada las consecuencias políticas nefastas para su proyecto político que ya transita el sendero del ocaso. Algo que se está corroborando con las elecciones en los centros de estudiantes a lo largo y a lo ancho del país. La Cámpora está perdiendo en la mayoría de esos frentes, algo impensado un tiempo atrás.

    Como dijimos, “nada es lo que parece” en la compleja realidad argentina. Pese a que la tasa de desocupación, según el INDEC, cayó al 7%, alcanzando los niveles de 2016 -lo que debería ser un logro para el Gobierno-, los problemas sociales persisten. Esto convierte al manejo del sistema de tarifas y costos de los servicios públicos en uno de los puntos de discordia. Sumado al achicamiento, en términos reales, del valor del “salario en mano del trabajador”, que hace que el acceso a la canasta básica de alimentos sea cada vez más difícil. Todo lo cual, acuerdo con el FMI mediante, hace que el Gobierno tenga muy poco o nulo margen de maniobra de cara a las elecciones de 2023 para mejorar el humor social, que hoy se encuentra por el piso.

    Para la mirada de Cristina recortar los subsidios a las tarifas públicas es un suicidio político, y ella no está dispuesta a pegarse un tiro en la sien. En todo caso que lo haga Alberto. En ese juego de equilibrios insatisfechos radican las principales diferencias entre Alberto y Cristina. Lo que unos festejan, es motivo de preocupación para otros. El problema es que unos y otros integran la misma coalición de gobierno, como si fuera un acto de magia, pero es la realidad nacional y popular que nos toca vivir, producto de un conjuro electoral que fue exitoso, pero se terminó convirtiendo en el peor fracaso político de la Reina Polenta. De un lado Cafiero sale a decir que “el Presidente es el único imprescindible”, y del otro De Vido acusa a Martín Guzman de ser el “jefe de campaña de Macri”. En un duelo de “lenguas” donde el Gobierno queda más paralizado que nunca.

    Rodeado de un lánguido equipo de contención, Alberto deshoja la margarita de las pocas opciones que tiene por delante. Bombardeado por su propia tropa a diario resiste como puede. Enfrenta una decisión difícil de tomar, entre muchas: la reconfiguración de su gabinete. La duda es si tendrá el temple necesario para hacerlo sin consultar a su ex socia o si volverá a someterse a sus designios. Otra alternativa sería buscar una nueva conformación que deje (in)conforme tanto a los propios como a los integrantes más extremos de la debilitada coalición de gobierno, pero esto sería seguir por el camino que lo trajo hasta este punto, es decir la eterna permanencia de lo provisorio, haciendo gala de una procrastinación sin igual en la toma de decisiones.

    Si al Presidente le va medianamente bien en lo que le queda de mandato, se posicionará donde quiere: como el candidato más firme de un debilitado Frente de Todos. Por el contrario, si le va mal, con el Club del Helicóptero siempre presente, Cristina y La Cámpora verán empoderado su relato (“Nosotros ya avisamos que esto iba a pasar” o Feletti dixit: “Esto se va a poner feo”). Son las paradojas del destino que el pasado 18 de mayo de 2019 cuando Cristina sacó de la manga su conjuro ganador al anunciar lo que hasta ese momento era una fórmula presidencial impensada. Nada es lo que parece. Lo que ayer fue un éxito hoy es un fracaso. Si a Alberto le va bien, a Cristina le va mal, o al revés, como el lector prefiera.

    Todas las promesas que hace el presidente por estos días son tomadas con guantes de seda. Ya ha dado sobradas muestras de que su palabra vale menos que el peso, cuestión no menor, porque le dificulta cualquier intento de construir a futuro un armado político que le de sustento propio, con independencia de su ex socia (en lo que fue otra promesa incumplida del Capitán Beto: “Nunca más me voy a pelear con Cristina”). Las “próximas novedades” que se vienen anunciando desde el cuajado “albertismo” dejan abierta la posibilidad de que anuncie públicamente su emancipación o reconozca que sigue más vigente que nunca su sometimiento a la Vicepresidenta. Con Alberto todo es posible, incluso que no haga nada (o solo un poco de cosmética ligera para el relato) y siga levitando en el aire mientras pasan los días.

    Los gobernadores, que fueron los primeros aliados de Alberto, son hoy sus principales críticos. Centrados en la falta de conducción, ven que está en juego la continuidad misma del gobierno. Un 6,7% de inflación mensual pone todas las alarmas a sonar. La misma situación se presenta del lado de los capos sindicales, que no están dispuestos a poner el hombro si Alberto no da, de una buena vez por todas, un paso al frente y se despega de Cristina. Ínterin, los intendentes peronistas del conurbano bonaerense están inmersos en una pelea cuerpo a cuerpo con La Cámpora por el control del “territorio”. Todo lo anterior es un cóctel explosivo para un desgastado presidente, que pareciera tener razón en la forma que lleva su gobierno sino fuera porque está tan equivocado.

    La principal fortaleza del presidente, si tuviera alguna, son los miedos de Cristina, con el Poder Judicial a la cabeza, al que ataca cada vez que puede, como en su desquiciada diatriba en la asamblea de EuroLat, y el ocaso de un proyecto político que siempre prometió un futuro mejor que nunca llegó. Salvo algunos creyentes imperturbables a los que la polenta les cae bien, el resto ya se dio cuenta que con el populismo no se come, no se cura, ni se educa. Pero, siempre hay un pero, Alberto es parte de ese engranaje perverso. Como presidente es un mediocre jefe de gabinete de sí mismo. Su plan de jubilar a Cristina sigue más vigente que nunca, el tema es si se animará a lanzarlo porque cada día que pasa, le queda un día menos de mandato y con eso un poco menos del ya menguado poder que tiene. Mientras tanto la sociedad argentina ya “domesticada” espera pacientemente que el gobierno resuelva su guerrilla interna y se ocupe de una vez por todas de solucionar los problemas para los que fueron votados.

    El propio Axel Kicillof fue quien dijo hace un tiempo: “Yo concluí mi carrera en la Universidad de Buenos Aires, me recibí de licenciado en Economía sin haber leído un solo libro, en mi carrera, como bibliografía. Ningún libro completo de teoría económica, ni de economía”. Reconoció días atrás respecto de su propio gobierno: “No da para más”. Increíble, pero real. Y no es un truco de magia, tengamos cuidado, en el Frente de Todos, nada es lo que parece.

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