Después de conocer la verdad sobre su origen, pasó 24 años intentando encontrarlos. A través de las redes sociales, una prima vio una foto suya y tras un examen de ADN confirmaron que eran familia.
De chica, Ana Paula Tolosa Safigueroa soñaba con una mamá que no era la que vivía con ella en su casa. Le obsesionaba la idea de que las personas a las que llamaba padres tenían valores muy distintos a los de ella y la angustiaba tener la sensación de que su familia estaba en otro lugar.
En reiteradas oportunidades, durante la niñez y la adolescencia, les preguntó sobre su origen. Les miraba las manos y pensaba que eran diferentes a las suyas. Buscaba pruebas que confirmaran que ella no pertenecía allí pero recién a los 24 años pudo corroborarlo.
Durante más de dos décadas buscó a su papás biológicos a quienes encontró en plena pandemia gracias a las redes sociales: “Somos muy felices y conscientes de que es un milagro, pero también es imposible no pensar en todo eso que nunca tuvo que haber sido”, explica Ana Paula a TN.com.ar.
El 9 de julio de 2020, una prima la contactó por Facebook después de ver un posteo en el que Ana explicaba que buscaba a su mamá: “Ella pensó que la publicación la había hecho una de mis hermanas, pero era mío. Enseguida habló con ella y le contó sobre lo que había encontrado en las redes. Ambas sabían que yo existía. Mis papás les habían contado que había sido robada, pero la partera les había mentido sobre mi identidad: creían que era varón”.
Por el gran parecido y algunas fechas y lugares que coincidían entre las historias que mis padres les habían contado y lo que yo había publicado, decidieron dar un paso más y comparar la información de las partidas de nacimiento: “En la libreta sanitaria figuraba que habíamos nacido con la misma partera”.
Su mamá estuvo encerrada dos meses en la casa de Aurora Souto hasta que dio a luz a Ana Paula: “Cuando nací, la partera le dijo a mi madre que yo era varón y que me habían entregado a unas personas en Magdalena. Todo era mentira, para que jamás pudieran encontrarme. Durante mi infancia estuve a 20 cuadras de la casa de mi verdaderos papás”, cuenta Ana Paula.
A los trece años la pareja con la que se crió decidió que se mudaran a Bragado. Durante toda su adolescencia sintió, como cuando era chica, que ese hombre y esa mujer con los que vivía no eran su verdaderos padres: “Yo siempre supe que no era parte de esa familia. Les decía que no me parecía en nada a ellos, no desde lo físico, sino en los valores. No estaba de acuerdo con su mirada del mundo”.
Ana Paula recuerda que le obsesionaban las manos. Desde que tiene memoria comparaba las suyas con las de la familia sustituta intentando descifrar por qué tenía la sensación de no pertenecer allí.
Durante las tardes de siesta en Bragado, ella revolvía los papeles buscando evidencias. Alguna certeza que se relacionara con lo que percibía. “Mi partida de nacimiento es una vergüenza, no tiene ni los documentos de ellos”, afirma, y agrega: “Repetían un discurso armado, que su madre sustituta había perdido un bebé antes de mi nacimiento y que yo había nacido en un parto natural en casa“.
En varias oportunidades les preguntó si eran sus verdaderos padres y ellos mentían, le ocultaban la verdad sobre su identidad. A los 24 años, corroboró lo que siempre había supo.
“A los 21 años, cuando tuve a mi hija mayor, estaba en trabajo de parto y mi madre sustituta me da unas revistas y me dice ‘para que no te aburras’. La miré y solo me salió decirle ‘cómo se nota que nunca pariste’”, recuerda Ana Paula.
Esa certeza a medias sin poder ratificarlo con algún dato claro o algún elemento puntual quedó dando vueltas en su cabeza. Ella solo quería escuchar de esas personas que ella no era su hija: “Los que tenemos identidad sustituida necesitamos la corroboración”.
Al año y medio tuvo a su segunda hija y decidió tomarse unas vacaciones de la búsqueda: “Con dos niñas pequeñas, no tenía tiempo para dedicarle. Sentía una gran orfandad. El agujero se hacia cada vez mas grande”.
A los 25 años no aguantó más y viajó a La Plata, a la casa de una tía sustituta: “Ella estaba pelando papas en la cocina, de espaldas a mí y yo le dije ‘viste que al final me dijeron la verdad, que soy adoptada’. Cuando se dio vuelta, vio en mi cara que era ella quien me estaba confirmando mis sospechas”.
En la casa, también estaba el hijo de ella, que había sido adoptado legalmente. “Por fin te enteraste”, le dijo. “Todos lo sabían menos yo. Mi primo el que me impulsó a ir la casa de la partera”.
Al llegar, la partera estaba en la puerta: “Me dijo que había nacido allí y no quiso darme más información. Yo sentí que ese era el lugar en el que tal vez iba a estar más cerca de mi mamá”.
De allí, fue a la casa de la mujer que la crió a la que obligó a que le dijera la verdad y ya sin excusas ni forma de sostener la versión con la que la habían engañado toda su vida, confirmó que no eran sus padres: “Desde ese momento golpeé puertas en la secretaría de Derechos Humanos, fui a Abuelas, escribí a programas como ‘Gente que busca Gente’ pero sabía que era buscar una aguja en un pajar”.
El camino de Ana Paula para llegar a verdad fue incansable. “Fueron 24 años en los que no me di por vencida. Nunca dejé de buscar a mi mamá. Hace 10 años empecé a usar las redes sociales para mandar mensajes a ver si obtenía respuesta. Para mi cumpleaños subía un video contando mi historia”, resume.
Ellos también la buscaban
Sus papás biológicos nunca la olvidaron y la buscaron siempre. Esa fue la verdad con la que se encontró al recibir el mensaje de una prima que había visto su posteo en las redes sociales: “Papá y mamá les contaron a mis hermanos que yo había nacido el 1° de noviembre de 1972. Que habían tenido un bebé y que mi abuela lo había entregado a la partera”.
“Todos me buscaban y por eso, al ver mi posteo, mi prima se comunicó con una de mis hermanas para mostrarle el gran parecido que teníamos”.
Con el tiempo, Ana Paula supo que sus padres iban a los corsos de Magdalena, pensando que era varón y trataban de encontrar algún chico parecido a su hermano menor. “Volvían de los corsos y se tiraban en la cama a oscuras en silencio. Me los imagino y me produce dolor”, confiesa.
El posteo del encuentro y el ADN con 99,9% de coincidencia
El 27 de abril de 2019, Ana Paula escribió: “Hoy como muchas veces te pienso mamá. Pero no me pregunto qué pasó exactamente ese fin de octubre o principio de noviembre de 1972. Quiero encontrarte, miro el cielo y sé que estás”. El texto es extenso y al final, compartió las fotos en las que su prima, creyó ver a una de las hermanas.
Ya en contacto con su hermana decidieron hacerse un estudio de ADN que estuvo listo el 19 de agosto de 2020. El análisis le dio una coincidencia del 99,9 por ciento por parte de madre y padre. El día que conocieron la noticia, decidieron hacer una videollamada.
La primera videollamada y el abrazo que esperó 48 años
Al momento de la llamada, Ana Paula recuerda que estaba junto a su esposo y que cuando atendieron, ella le vio la cara de su madre y lo primero que le salió fue decirle “mamá”: “Mi papá lloraba y ella me decía ‘mi amor’”.
Después llegó el primer abrazo. “Por el tema de los permisos y la logística para viajar se demoró un mes. En realidad, fueron tantas cosas que me pasaron también internamente al saber que iba a finalmente verlos que creo que eso también necesitó de un tiempo para procesar las emociones”, explica.
Ana Paula contagia miles de emociones al relatar el primer encuentro con la mujer que la tuvo en su vientre: “Cuando finalmente abracé a mi mamá después de 48 años me di cuenta, al escuchar su corazón con el que había estado en contacto durante los nueve meses de la gestación, que no necesitaba ningún ADN. Era ahí donde siempre debía haber estado. Lo mismo me pasó al escuchar la voz de mi papá”.
La familia y la identidad: la verdad que sana
Después de ese primer encuentro, no pasó un día en que no se hablaran por videollamada, esperando siempre el momento del reencuentro. “Hablamos mucho, me contaron que ellos eran muy jovencitos. Mi mamá tenía 13 años y mi papá 16 cuando se enteraron de que estaba embarazada. Mi abuela, que había sido madre soltera, no confió en su relación y decidió sin respetar el deseo de mis padres de tenerme, entregarme a la partera”, asegura.
“A mi mamá la tuvieron en cautiverio dos meses en la casa de la mujer y a mi papá le ocultaron a dónde me habían llevado. Él recorrió la ciudad para encontrarnos pero no lo consiguió. Mi abuela me dio a la partera y ella me vendió como si fuera una cosa a las personas que me criaron”, resume.
Después, los padres siguieron juntos y tuvieron cuatro hijos más: “Mi hermano me dijo que cuando se enteraron de la verdad sobre lo que había hecho mi abuela conmigo, empezaron a buscarme y en el afán de encontrarme, se sumó mi prima, la que vio mi posteo”.
La lucha por restituir su identidad y por un banco de ADN
Más allá de la felicidad por haber encontrado a su familia biológica, para Ana Paula la lucha aún no termina. Legalmente, en los papeles, sigue siendo Marcela Elías, el nombre que esas personas le pusieron cuando la compraron. “Uno firma con un nombre, que nos acompaña en todo lo que hacemos, que nos identifica y yo necesito recuperar mi identidad de origen, mi nombre”, cuenta a TN.com.ar
Desde que se enteró quien era, cuál era su verdadera familia, busca incansablemente a un abogado que la ayude para que su historia siente un precedente: “Lo mío no es un cambio de identidad, es un restablecimiento de nombre de origen, con el que siempre tendría que haberme llamado, Ana Paula Tolosa Safigueroa”
“Me prometí, antes incluso de encontrar a mi mamá que yo iba a seguir velando para se cree el banco de ADN libre y gratuito en la Argentina. Hoy la única manera de confirmar una identidad que fue sustraída es estar en el banco de abuelas. Con mi familia biológica tuvimos que pagar el estudio en Genetic Pro que es un laboratorio privado en argentina que envía las muestra a Suiza”.
Un primer cumpleaños sin buscar respuestas en el cielo
De sus cuatro hermanos, la más chica nació el mismo día que ella con 24 años y quince minutos de diferencia. Desde que se conocieron, más allá del vínculo entre todos, entre ellas sintieron una conexión especial.
En noviembre pasado, celebraron el primer cumpleaños de las dos en familia. Fue la primera vez que pudo brindar toda junta: “Durante 47 años, mi mamá siempre brindaba mirando las estrellas y esta vez lo hicimos mirándonos a los ojos”, concluye Ana Paula Tolosa Safigueroa, la mujer que luchó por conocer su pasado y que construye un futuro junto a personas que la aman y que siempre la buscaron.