Anselmo Mendoza tiene 54 años y se había ido de Formosa en busca de trabajo. Estaba en Orán, Salta, en estado de indigencia y con una hernia severa. Dos jóvenes lo asistieron y publicaron su historia en las redes sociales. A los pocos días, una sobrina lo reconoció. La historia de un milagro.
Lo dicen el paraguayo por su tonada o el gringo por sus ojos claros y su pelo rubio. En Pichanal, una ciudad de 30 mil habitantes perteneciente al departamento de Orán y ubicada sobre la esquina noreste de la provincia de Salta, lo conocen todos. Educado, gentil, predispuesto, era un changarín más: hacía los mandados, limpiaba las veredas. Vivía con un grupo de indígenas en el cruce de la ruta nacional 34. No alteraba el paisaje ni preocupaba a nadie. No lo hizo cuando era alguien normal. No lo hizo cuando su deterioro lo llevó a dormir en la calle, deambular sin pantalones y hurgar los basurales.
El paraguayo es en verdad formoseño y su identidad -su historia-, lo que parece ser un dato insignificante. Se convirtió en un elemento invisible. Nadie supo bien quién era hasta su ruina.
El 15 de noviembre fue domingo. Belén Ruiz vio una persona tendida a la vera de la ruta. Era de noche y la temperatura del viento podía presagiar la tormenta. No lo reconoció cuando lo vio. Pensó que era otra persona en situación de indefensión, indigencia y vagabundeo. Era el paraguayo, el gringo, en un estado deplorable, calamitoso. Con ayuda de su pareja, lo levantó, lo asistió y lo puso bajo el resguardo de una garita de colectivo. No le fue indiferente, no lo naturalizó. Sus causas son nobles: se reconoce proteccionista de animales y sueña con fundar una asociación para ayudar a personas vulnerables. Pero ahí lo que la movilizaba era la vida de un hombre desconocido.
Belén no lo dejó: volvió minutos después para darle agua y comida. Llamó una ambulancia para que lo asistiera y lo trasladara al hospital de la zona. En sus redes sociales, habló por primera vez de él: “Está con frío, hambre y muy enfermo. No sé dónde acudir para que se lo ayude. Como se ve tiene una hernia muy grande cerca del ombligo. El señor me dijo que es de apellido Mendoza pero no me sabe decir su nombre”. Durmió ciertamente tranquila esa noche.
Al día siguiente, del centro de salud le dijeron que se había escapado. No sería la primera vez que perdería su rastro. Recurrió a su cuenta de Facebook para publicar en el grupo público “Trueque Pichanal” la consulta sobre su paradero. “Necesito que me den una mano para buscar a este señor. La ambulancia lo buscó pero él se fue del hospital. Quiero ubicarlo para que se lo pueda ayudar. Necesita atención médica, no puede estar así. Necesito gente dispuesta actuar en estos casos, porque las palabras se las lleva el viento”, escribió. Cerró el mensaje con su número de teléfono. Indirectamente asumió la responsabilidad de su bienestar.
Alguien le dijo que lo vio caminando descalzo hacia el basural del río San Francisco, a tres kilómetros del corazón del pueblo. Belén y su amiga Vanesa Morales lo encontraron ahí sucio, rengo, deshidratado. Pidieron ropa y comida por las redes sociales y conocieron su nombre: el paraguayo, el gringo, era Elino Mendoza. Llamaron a la ambulancia -la esperaron cuatro horas- y lo escoltaron de nuevo al hospital. “Lo pusieron en observación, no le dieron ninguna medicación y se volvió a escapar”, contó quien de pronto se había vuelto su cuidadora.
Se fue de su casa dejando a su familia en busca de trabajo. No saben bien cuáles fueron sus razones. Tiene 54 años y vivirá con su hija y con su nieto.
“Gente, ¿alguien lo vio al señor?”, preguntó en los grupos de Facebook dos días después. En el hospital ya no estaba y tampoco los médicos se mostraban receptivos a volver a atenderlo. “Me dijeron que solo si nos quedábamos toda la noche con él lo iban a recibir”, dijo Belén. Una nueva noche de lluvia le despertó la angustia. Salió a buscarlo y lo halló rendido en la zona del cruce de las rutas nacionales 34 y 50, cerca del área de ingreso al pueblo: “Estaba tirado, deshidratado, casi moribundo, ya no tenía fuerzas ni para levantarse. Tenía moscas en la cara. Parecía una persona muerta”.
Lo trasladaron a la YPF. Lo bañaron ahí, le entregaron ropa nueva y lo cambiaron. Le dieron de comer. Entendieron que su vida dependía exclusivamente de ellas. Si lo dejaban en el hospital, se iba a volver a escapar. Su estado empeoraba cada vez más. Una protuberancia en el pecho había deformado su cuerpo: tenía que ser atendido de urgencia por esa hernia abdominal y por su debilitada memoria. Él les había dicho que había nacido en Formosa y que se llamaba Elino Mendoza, pero después se olvidaba, alucinaba o simplemente sonreía. Intensificaron y expandieron el radar de búsqueda a su provincia natal.
Lo habían dejado en el lugar donde vivía. La noche del lunes 23 de noviembre un mal presentimiento obligó a Belén a salir de su casa y visitarlo. Se subió a su moto: llevaba una botella de agua y un poco de comida. Lo encontró, asistió y acompañó. Eran casi las doce de la noche cuando recibió en su celular el llamado de un número desconocido con el prefijo de otra provincia. “¿Vos estás con el señor Mendoza?”, le preguntó una voz femenina y juvenil. La respuesta positiva anticipó el milagro: “Soy su sobrina. Hace 19 años que estamos buscando a mi tío”.
La exploración por Facebook había sido exitosa. La sobrina advirtió que Elino Mendoza podía ser su tío Anselmo, porque Elino, su otro tío, vive en Buenos Aires. Anselmo dijo que se llamaba como uno de sus ocho hermanos tal vez por admiración: sin nombrarlo, no dejaba de hablar de él. La sobrina le contó que la mamá, Zulema, se había muerto de pena extrañándolo y que les había pedido a sus hijos y a sus nietos que no dejaran de buscarlo. “Supuestamente él salió a trabajar en un campo con animales y no volvió más”, relató Belén.
No poseía objetos personales, documentación, dinero ni ropa. No poseía ni los recuerdos de su pasado. Belén pensó que podía tener principios o esbozos de demencia: “No es un loco, solo hay días que pierde la memoria”. La noche en que su familia se reportó lo llevó a dormir en su casa. Al día siguiente probó otra vez con dejarlo en observación en el hospital. Y se volvió a escapar: “Lo buscamos de nuevo por todos lados. Lo encontramos en el centro. Cuando me vio se reía. Decidí traerlo a mi casa definitivamente hasta que pudiera volver con su familia”.
Le cortaron el pelo, le consiguieron más ropa y zapatillas limpias, lo volvieron a alimentar. Entablaron una comunicación por videollamada con su familia: la emoción y el reencuentro virtual le refrescó la memoria, sintió como si hubiese recuperado su vida. Lo vieron sus hermanos, sus sobrinos, sus tíos. También su hija y su nieto: Yoana de 35 años y Felipe de 11. Anselmo está rebosante de alegría y de agradecimiento. “La hija llama a cada rato y su nieto le dice ‘abuelo te amo, no puedo esperar para ver la tele juntos y andar a caballo’”, narró Belén.
Su familia se encargó de los trámites de repatriación. Pero las fronteras de la provincia de Formosa están prácticamente selladas desde el comienzo de la pandemia: su gobernador Gildo Insfrán extremó los controles administrativos y clausuró los pasos interprovinciales en virtud de prevenir la propagación del virus. Al principio, no autorizaron el ingreso de Anselmo al territorio formoseño ni la salida de sus familiares. Luego intervino el ministerio de Desarrollo Humano de la provincia: exigió un hisopado negativo y el aislamiento preventivo en un hospital durante catorce días.
“Cuando lo despedí con un abrazo y con lágrimas en los ojos le dije ‘ya iré a visitarte, cuidate abuelo’. Él me agradeció por todo y me dijo que también me cuidara”, contó Belén
El hisopado negativo de Anselmo habilitó el retorno. Ayer por la mañana, Belén y Vanesa viajaron en la camioneta del subgerente del hospital de Orán al límite entre ambas provincias por la línea Barilari, desde donde una ambulancia lo trasladó a un sanatorio de la obra social OSPA. Allí le negaron la internación: argumentaron que no estaban al tanto del caso. Lo derivaron al Hospital Distrital N°8, donde le realizarán un nuevo hisopado y donde deberá someterse a catorce días de confinamiento. Su hija pudo verlo después de 19 años pero de lejos: su padre acostado en una camilla rodeado de enfermeros. Solo alcanzó a decirle: “Cuidate papi, te amo”.
Belén Ruiz no pudo evitar conmoverse: antes de que se subiera a la ambulancia lo abrazó con fuerza. Calificó a Anselmo como “un amor de persona”. Ella que hizo de su psicóloga, que lo bañaba y lo cambiaba, que le hacía la cama y el desayuno, que lo trató como a su propio hijo, sabe que le cambió la vida. Su alegría es la suya: “Fue muy emocionante. Sufrió muchos años en la calle. Pudimos hacer que vuelva con su familia, que tanto lo lloró y que ahora lo espera”.
Pidió expresamente que no lo dejen internado en un hospital porque teme que haga lo mismo que hizo en Salta y porque teme que no pueda tolerar el encierro. Se indignó con la severidad del método formoseño. “Si se pierde allá, dónde lo van a ir a buscar. Es un milagro que hayamos encontrado a su familia. Hace 19 años que lo estaban buscando: ya lo habían dado por muerto”. Ese hombre muerto para su familia en Formosa, ese paraguayo o ese gringo para los vecinos de Pichanal, ese que eligió ser su hermano Elino unos días, recuperó su identidad: se llama Anselmo Mendoza, cumple todos los 9 de abril, tiene 54 años, una hija que le perdonó el abandono y un nieto que sin conocerlo ya lo ama.